miércoles, 17 de diciembre de 2014

Historias de la Galaxia II: Mitos y héroes

Segunda entrega. La ilustración, nuevamente, corre a cargo de Jorge Álvarez.


Sabed, buena gente, que el relato que voy a narrar tiene lugar en el albor de los tiempos, hace ya incontables eones, antes incluso de que la Galaxia estuviera dividida en el Imperio Tierra y la Unión de Planetas Libres.

Cuentan que por aquel entonces había un héroe al que llamaban Nand, el Asesino de Estrellas. Cuentan que podía extinguir la luz de una estrella con sus manos desnudas. Cuentan también que millones de personas por toda la Galaxia se habían burlado de esto y dijeron que era imposible, y Nand los encontró a todos y les dio muerte uno a uno.

Dicen que en un momento –pues en el vacío del espacio de poco sirve contar días y noches- el Asesino de Estrellas estaba montado en su nave, explorando el centro de la Galaxia, donde pocos osan entrar pues hay agujeros negros que pueden engullir estrellas enteras en un segundo, y cinturones de asteroides tan largos como 50 veces 5 Cinturones de Astar, y planetas vivientes que vagan por el espacio en busca de naves que engullir.

Nand, el de la mirada fría, vio entonces una nave surgiendo de una espesa nebulosa. Con gran ímpetu y burlona sonrisa en su faz, quitó los sistemas de camuflaje de su nave y se lanzó al ataque, destrozando con dos precisos rayos láser los sistemas de defensa de la nave desconocida.

Tomó entonces por asalto la nave y, extendiendo un puente, atrevesó una escotilla, generando mientras tanto los sistemas de seguridad un plástico que asegurara la atmósfera.

Pistola en mano, avanzó el Asesino de Estrellas por la pequeña nave, no siendo sino hasta que dobló una esquina cuando se topó con la tripulación al completo, tres docenas de hombres y mujeres.

-¡Atrás, bandido!-dijo uno de ellos con visible tono arrogante-¡Nada obtendrás de nosotros, pues nada de valor tenemos en esta nave! Y nada deberías desear de nuestras mujeres o nuestras retaguardias, pues, a día de hoy, una nave como la vuestra no puede viajar sin simulaciones virtuales que sacien la lujuria de los tripulantes mucho mejor de lo que nosotros lo haríamos.

Y así respondió Nand:

-Nada quiero, pues, de vuestro dinero o de vuestros orificios, mas habéis picado mi curiosidad y no es algo que se logre fácilmente. Decidme pues, de dónde venís o por mi brazo que os freiré aquí mismo.
-¡Para nada interesante es nuestro lugar de partida…!

Mas entonces, el Asesino de Estrellas creyó reconocer un rostro de entre la tripulación. Y díjole al hombre al que pertenecía:

-¡Por todas las estrellas! ¿Acaso no es el rostro del ex viceconsejero de la Unión lo que ven mis ojos, aquel muerto 60 años atrás y que se hizo célebre por su programa de autarquía en los planetas?
-¡Ese rostro ves, bandido…! ¡No puedo negarlo!
-¡Decidme entonces qué clase de truco es éste! ¡Decídmelo, o abriré fuego en menos que canta un gallo!
-¡Así lo haré, pues! ¡Es la resurrección lo que ven tus ojos, la resurrección completa y total! ¡Bajo esta nebulosa se esconde un planeta-computadora encargado de reproducir nuestros genes hasta formar cuerpos, y luego implantar terabyte a terabyte nuestra memoria en ellos!
-¡Habráse visto que por fin es posible grabar información en un cerebro! ¿Quiénes sois, pues, los que disfrutáis de esta tecnología?
-¡Los que tenemos dinero para pagarla, y bien cara que es!
-¡Contén tu lengua, insensato!-reprendióle otro de los tripulantes.
-¿Estamos, pues, ante la resurrección de miles de dictadores, políticos, empresarios, banqueros y comerciantes sin escrúpulos? ¡A eso digo no!

Y sin añadir nada más, el Asesino de Estrellas se llevó la vida de todos ellos, sin que tuvieran siquiera tiempo para intentar huir o contraatacar.

Aconteció, pues, que Nand tomó la decisión de borrar aquel planeta de la faz del cosmos; y para ello decidió armarse como es debido, a fin de poder enfrentarse al planeta-computadora en igualdad de condiciones.

Sufrieron gran percance por esto los encargados de custodiar un pequeño asteroide que hacía las veces de base militar. Sin comerlo ni beberlo, se encontraron con la ira de nuestro héroe, que avanzó entre ellos como un rayo del sol gadsariano. Dice la leyenda que aquel asteroide era apodado el Asteroide Azul, por el color de la fytirita que componía su suelo; pero que a partir de aquel nefasto momento, se le conoció como el Asteroide Rojo, pues la sangre de todos los soldados terminó por cubrir hasta el último rincón de su superficie.

Cuando Nand, el de la mirada fría dejó tras de sí la base, faltaba también un pequeño objeto que él portaba en su cinturón: el héroe había robado uno de los virus informáticos más eficaces jamás creados.

Y así, el Asesino de Estrellas regresó a la nebulosa, y, adentrándose en el inmenso mar de polvo estelar, activó todos los sistemas de detección de la nave, afanándose en su intento de localizar el planeta-computadora que pretendía devolver a la vida cientos de miles de millonarios.

Las trampas que superó fueron muchas y muy bien dispuestas: asteroides detectores de calor, y anillos de hielo y pequeños soles blancos que estallaban en supernovas. Mas finalmente, Nand encontró el planeta y aterrizó en su superficie.

Apenas salió de la nave, unos tentáculos mecánicos rodearon su cuerpo y le inmovilizaron casi por completo.

-Su presencia no es bien recibida, señor-dijo una voz metálica-. Le conmino a que abandone el planeta, evitando así todo perjuicio sobre su integridad física.
-Bestezuela mecánica, mejor harías en preocuparte por tu integridad virtual-murmuró Nand extrayendo el recipiente de su bolsillo y poniéndolo en contacto con uno de los tentáculos.

Al momento, pequeñas agujas atravesaron la superficie y tomaron contacto con los cables, empezando a transmitir el virus por su interior. Los tentáculos se aflojaron y soltaron al Asesino de Estrellas, que cayó con gracilidad en el suelo, pues conocida era su habilidad para salir indemne de todo problema y percance.

Un segundo después, todo el planeta perdió el control y apunto estuvo un rayo láser de cercenar la cabeza de nuestro héroe. Éste desenfundó sus armas tan pronto como pudo y, disparando a través de un laberinto de chispas, humo, rayos y metal viviente, consiguió llegar a su nave.


A los pocos momentos de despegar, el planeta se consumió en una colosal bola de fuego. Los genes y las copias de las memorias de los millonarios ardieron en ella mientras Nand, satisfecho, se alejaba mirando al horizonte, en busca de una nueva aventura.

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