Quería compartir este ensayo porque creo que puede resultar bastante interesante, al menos a la hora de señalar algunos datos que no son tan conocidos. Fue un trabajo que hice en 4º de carrera para la asignatura Psicología de la mujer, y que pretende analizar la misoginia a través de la Historia, cómo se ha sustentado ideológica y psicológicamente y las diversas variedades que han ido evolucionando.
La misoginia es el odio hacia la
mujer (del griego miseo, odiar, y gyne, mujer). Es un concepto a menudo
ligado al machismo, en cuanto a la creencia de que el hombre es superior a la
mujer, más inteligente, etc. La misoginia ha estado presente desde la
Antigüedad remota, en aspectos e ideologías muy diversas, y a veces incluso
aparentemente opuestas.
Podríamos empezar a situar la
historia del pensamiento misógino con la aparición de las grandes religiones.
Por supuesto, se puede dar por hecho que anteriormente también existía
misoginia, pero no quedan suficientes textos que recojan el pensamiento de la
época como para poder entender una ideología por completo; si acaso, sólo
hechos aislados.
La religión cristiana,
especialmente significativa dado que definiría gran parte de la ideología de
Occidente durante los siglos sucesivos, puede ser el primer gran ejemplo de
misoginia.
La propia mitología cristiana
establece dos modelos distintos de mujer que representan el modelo a seguir y a
no seguir: la Virgen María y Lilith.
La Virgen María es el ejemplo a
seguir: sumisa, obediente, respetuosa con Dios, limitada a ejercer las labores
del hogar. Tras el Concilio de Nicea se estableció su virginidad, que no es
mencionada en la Biblia. Por un lado, esto sirve para engrandecer la figura de
Jesús, dado lo milagroso de que naciera de una virgen (también se decía lo
mismo de otras figuras importantes, como Alejandro Magno). Pero, por supuesto,
la virginidad de María también sirve para establecer el modelo a seguir de una
mujer sin deseo sexual.
Ésta es una característica
importante de muchas formas de misoginia, como veremos más adelante: la falta
de deseo sexual en la mujer. La mujer sólo debe entregarse al sexo para
complacer a su marido, nunca por voluntad propia.
Por su parte, Lilith encarna
precisamente por este motivo los valores opuestos a María: fue expulsada del
Edén por no querer practicar sexo estando por debajo de Adán, lo que ella
interpretaba como una señal de sumisión. Lilith, pues, además de tener deseo
sexual, es insumisa y desobediente, y desafió a Dios.
Moldeada por estos mitos, la
ideología predominante en la Edad Media permite únicamente cuatro tipos de
estados para las mujeres: doncellas, casadas, viudas o monjas. Cualquier otra
alternativa, desde una mujer que quiera permanecer soltera hasta una mujer que
quiera practicar sexo sin casarse, es condenada inmediatamente.
Como ejemplo extremo de perfil
castigado, por supuesto, están las brujas. La brujería fue un crimen del que
también se acusó a hombres, pero la mayoría de los condenados eran mujeres, y
por motivos puramente misóginos.
La caza de las brujas, no sin
motivos, es considerado uno de los episodios más oscuros de la historia de la
Iglesia Católica. En ocasiones, la paranoia sobre las brujas y la sugestión
llegaban tan lejos que las propias mujeres afirmaban serlo –pudiendo estar afectadas
también, en ocasiones, por lo que hoy en día llamaríamos esquizofrenia-.
Conforme vamos adentrándonos en
el Renacimiento, surge el amor cortés, un tipo de misoginia que al menos es
considerablemente menos violento que el anterior.
En este caso, el problema
consiste en tratar a las mujeres como objetos: trofeos, objetivos de conquista
de una competición entre hombres. Los deseos de las mujeres no importan, puesto
que son meros objetos pasivos, siendo los hombres los que actúan e intentan
seducirlas, casi se podría decir que engañarlas.
Resulta interesante ver cómo
muchos poetas y autores que escribieron amor cortés tenían una actitud
fuertemente misógina (Petrarca escribía: “la mujer es indiscutiblemente un
demonio, un enemigo de la paz, un surtidor de impaciencia, un foco de
discordias”).
Por supuesto, los valores
católicos acerca del disfrute del sexo en mujeres permanecían fuertemente
arraigados en la sociedad: el ejemplo de María sigue vigente, una mujer honrada
no debe obtener ningún placer del sexo. Si se somete a ello, es con fines
únicamente reproductivos o, en todo caso, para disfrute del hombre.
Nótese que en este caso, ambas
razones se entrelazan, puesto que ya por motivos puramente biológicos, para que
se produzca un embarazo tiene que haber orgasmo del hombre, pero no
necesariamente de la mujer. Si a esta condición biológica se le suma la
predicación de que el sexo sólo debe de producirse con fines reproductivos,
crece la misoginia.
Otro punto que debemos analizar
es la inteligencia de hombre y mujer, especialmente si nos centramos en el
ámbito psicológico, puesto que, de hecho, las primeras pruebas de inteligencia
mostraban claramente que los hombres eran más inteligentes que las mujeres.
Los primeros psicólogos no
supieron interpretar todas las posibles causas de esas diferencias, y redujeron
sus explicaciones a que, biológicamente, los hombres nacen de por sí más
inteligentes que las mujeres. El propio Darwin daba incluso una explicación
evolutiva para esto.
Los prejuicios misóginos permanecían
tan arraigados como antes; lo que antaño se había justificado con mensajes
bíblicos, ahora se justificaba con la ciencia, tratándose en todo momento de
simple machismo.
Las mujeres no tenían la
oportunidad de estudiar como los hombres: ellas eran educadas para hacer las
labores de casa. En la mayoría de países, las mujeres tenían acceso acaso a una
educación primaria, pero desde luego, no tenían acceso a la universidad. Dado
que los hombres tenían muchas más oportunidades de entrenar su inteligencia, es
lógico que obtuvieran mayor puntuación que las mujeres.
De hecho, esta explicación no
tiene por qué aplicarse sólo a los tests de inteligencia: también explica
perfectamente por qué a lo largo de la historia el número de científicas,
escritoras, pintoras y demás talentos en mujeres ha sido tan inferior en
comparación al de los hombres.
En este sentido, la misoginia se
alimentaba a sí misma, como una serpiente que se muerde la cola: usando como
pretexto que las mujeres no eran tan inteligentes como los hombres, no se las
permitía estudiar, lo que a su vez servía para “demostrar” que no eran tan
inteligentes.
Durante mediados del siglo XX,
las corrientes nacionalsocialistas y fascistas supusieron un importante
retroceso, reimplantando la idea de que las mujeres no eran tan inteligentes
como los hombres y debían limitarse a las labores de casa. En España, tras 40
años de dictadura franquista, esta idea volvió con mucha fuerza.
En general, también es importante
destacar que, por irónico que resulte, la guerra y la pobreza contribuyeron
mucho al reconocimiento laboral de las mujeres. El hecho de que los hombres
marcharan al frente, así como de que los ingresos que ellos producían ya no
sirvieran para mantener cómodamente a una familia, hizo que las mujeres
tuvieran que trabajar. El máximo exponente lo encontramos en la II Guerra
Mundial y en la posguerra, y podría ser representado por el conocido cartel de
Rosie la Remachadora (una mujer trabajadora con la frase “We can do it!”),
diseñado por J. Howard Miller. Este cartel se convertiría también en símbolo de
muchos movimientos feministas.
Actualmente, la idea de que las
mujeres se queden en casa casi ha desaparecido en el mundo occidental: en
España, por ejemplo, el 55 % del alumnado universitario son mujeres. En el
mercado laboral también se va dejando ver la diferencia, y con cada relevo
generacional aumenta la igualdad.
Sin embargo, pese a estar mejor
formadas, las mujeres siguen estando discriminadas en el mundo laboral. Muchas
empresas prefieren no contratar a mujeres por el riesgo de tener que hacerse
cargo de la baja de natalidad en caso de que decidan tener hijos. La mayoría de
puestos directivos y cargos importantes son ocupados por hombres. Y, en total,
considerando estadísticas de toda Europa, las mujeres cobran de media un 17,6 %
menos que los hombres.
La lucha en este aspecto es dura.
Ocasionalmente se consigue algún avance. Por ejemplo, en 2013 fue condenado el
Corte Inglés por toda una serie de medidas misóginas entre sus empleadas:
obligaban a las mujeres a llevar uniforme mientras que a los hombres no, los
hombres cobraban unos 80 € mensuales más por hacer exactamente el mismo
trabajo, etc.
Sin embargo, hay aspectos que no
se pueden controlar por la ley, ni podrían ser controlados: por ejemplo, la
elección de cargos femeninos para los altos puestos. Dada la ínfima cantidad de
mujeres que son elegidas, es evidente que hay muchos prejuicios misóginos, y se
está produciendo un abuso de poder machista; sin embargo, tampoco sería
práctico obligar a cumplir un gran cupo de mujeres en un determinado cargo.
Esto haría que en un caso concreto en el que, efectivamente, los candidatos más
eficaces para un puesto fueran hombres, la obligatoriedad de contratar a
mujeres hiciera perder rendimiento. Por puro azar, dada la enorme cantidad de
puestos que hay sumando todas las empresas, esto pasaría en muchos lugares.
Así pues, la única forma de
solventar esta situación sería que continúe el cambio en la mentalidad,
asegurando así que simplemente los prejuicios misóginos no existan.
El cambio completo aún parece
complicado, sin despreciar los grandes avances conseguidos en los últimos
siglos. El número de casos de violencia de género parece mantenerse bastante
estable, pero no cabe duda de que mirándolo a largo plazo sí se ha ido
reduciendo.
En este aspecto, también es
importante destacar que ahora las mujeres tienen más medidas que nunca para
evitar esta violencia. Dadas las estadísticas, parecen seguir siendo
insuficientes, pero en comparación a décadas anteriores, es muy positivo que
las mujeres maltratadas cuenten con teléfonos de ayuda, servicios policiales
que actúan muy rápidamente, pisos de protección, psicólogos gratuitos para
asistirlas, etc.
Comparando con otras épocas,
resulta especialmente interesante el cambio sufrido en cuanto al aspecto sexual
de las mujeres.
En cierta medida, el deseo sexual
de las mujeres se sigue negando en la mayor parte de la sociedad. La idea
expuesta hace siglos que tomaba como modelo a la Virgen María, según la cual
una mujer honrada y buena no puede sentir deseos sexuales, sigue presente en
gran medida.
La mejor muestra de ello es la
promiscuidad: mientras que la promiscuidad en un hombre se traduce como un
indicador de éxito social, en la mujer implica degradación. A menudo, tanto la
promiscuidad como la forma de vestir, etc, son considerados valores
reprochables y son usados para justificar agresiones sexuales: la célebre
justificación de “si no quería que la violaran, que no se hubiera vestido así”.
De esta forma, ante una agresión sexual, la mujer se convierte doblemente en
víctima, y en ocasiones incluso teme denunciar el ataque sufrido para que no se
la culpe a ella.
Sin embargo, el deseo sexual
tiene una doble cara: la mujer tiene que moverse en una línea muy estrecha,
porque, así como el excesivo deseo está condenado socialmente, la falta de
deseo también lo está.
De esta forma, podemos ver que la
figura de la mujer, en general, has sufrido una sexualización considerable. Si
bien se impone el modelo de una mujer que no sea promiscua, ni tenga excesivo
deseo sexual, etc, tampoco puede ser tan recatada o casta como en siglos
anteriores.
La publicidad, medios de
comunicación, ficción, etc, imponen un modelo determinado, incluida la forma de
vestir, de actuar… la mujer debe cumplir una larga serie de requisitos, puesto
que su objetivo es resultar atractiva para un hombre. Se puede notar que al
hombre también se le piden requisitos para resultar atractivo a las mujeres,
pero en un grado muchísimo menor: las exigencias son menores en cantidad,
menores en esfuerzo requerido, y se piden mucho menos, y de manera menos
constante. A las mujeres prácticamente se les exige determinada forma física,
ropa que muestre más o menos la silueta del cuerpo, maquillaje constante, depilación
integral y un largo etcétera. En general, es la mujer la que debe resultar
atractiva para el hombre, y no al revés.
Esta sexualización y exigencias
van retrocediendo poco a poco en edad, alcanzando a la infancia: las cantantes
orientadas a un público infantil, películas infantiles, muñecas, etc, también
se ciñen cada vez más estrictamente a cierto patrón estético.
En la adolescencia tal vez sea
cuando se alcanza el punto crítico y más peligroso. Las chicas son presionadas
para perder la virginidad antes de estar realmente preparadas. En una encuesta
realizada en el año 2000, el 80 % de las chicas que habían tenido relaciones
sexuales con 13 y 14 años afirmaba lamentarlo.
En mi opinión, una cifra tan alta
de chicas que posteriormente sufrirán remordimientos, etc, implica un claro
problema psicológico y social; pero no parece haber muchas voces dispuestas a
combatirlo desde una perspectiva psicológica, preocupada por la salud de las
chicas. La gran mayoría de las voces que se alzan en contra del sexo antes de
tiempo, lo hacen únicamente desde una perspectiva moralista, y quizá un poco
retrógada: no están en absoluto preocupadas por la salud psicológica de las
chicas o porque puedan ser obligadas a hacer algo que luego lamentarán. Centran
el debate más bien en torno a argumentos como que esto supone la degeneración
de la sociedad, que el sexo es pecado, que es inmoral mantener relaciones
sexuales con esa edad, etc. De hecho, parecen olvidar completamente a ese 20 %
de las chicas que tuvieron relaciones sexuales con 13-14 años, sí estaban
preparadas, y no tuvieron el menor problema con ello. Esta perspectiva parece
incluso afirmar que el sexo es algo intrínsecamente malo.
En la adolescencia, dada la
importancia de las relaciones sociales y cómo influyen a la configuración de la
personalidad, las exigencias se vuelven aún más estrechas. A las chicas se les
exige una vida sexual activa, pero, por supuesto, condenando la promiscuidad e
incluso la conversación sobre el tema. La vida sexual femenina se tiene que
limitar a relaciones de pareja, a menudo muy posesivas, y mantenerse en
silencio y discreción.
Como ejemplo, cito de una noticia
reciente de El País:
“Al este de Madrid, en Coslada,
chicas y chicos de entre 17 y 19 años charla en dos bancos enfrentados. Hablan
de un vídeo que ha visto todo el alumnado del centro público en el que
estudian: “Una chica se grabó tocándose y luego se lo mandó a su novio. Cuando
se pelearon, él se lo reenvió a varias personas hasta que lo vio todo el
instituto”. La joven se ha cambiado de instituto pero sigue viviendo en el
barrio. La consideran “una guarra y una cerda”. “¿Y qué pensáis del chico que
difundió las imágenes?”. Silencio sepulcral.”
Como se puede ver, la exigencia
de la discreción femenina llega a tal punto que incluso cuando es el chico el
que difunde videos de la chica, es ésta última la que es condenada por ello. Y
la condena social, además, es tan fuerte como para obligarla a cambiar de
instituto.
La posesividad, por supuesto,
también alcanza extremos terribles entre adolescentes: aún más que en la vida
adulta, son frecuentes los llamados “celos”, que se conciben socialmente como
una muestra de amor, a pesar del daño psicológico que puedan causar,
convirtiéndose en un instrumento represivo.
De hecho, incluso en persona, en
mi propio círculo de amigos, puedo ver a algunos afirmando que no dejarían a su
novia ni siquiera hablar por internet con alguien del sexo opuesto; y aún
cuando esta opinión no prevalece, en general sí se ve como algo normal. Quizá
resulta especialmente preocupante que muchas mujeres –al menos, en menor
cantidad que los hombres- también lo vean como algo normal.
Semejante ideología e ignorancia
me parecen un problema grave que, una vez finalizada la adolescencia, podría
desembocar en consecuencias mucho peores: no es ningún secreto que el
maltratador de género tiene un perfil psicológico común bastante bien definido.
La solución, por tanto, es luchar
contra la misoginia educando a los niños desde pequeños. La educación sexual en
las aulas es un tema al que un sector importante de la sociedad se sigue
oponiendo, argumentando que se trata de “una invitación a la lujuria y a la
promiscuidad”, “que la educación sexual en el aula pública es, incluso, aún más
dañina que en las escuelas católicas, porque se enseña sin referencia alguna a
la moral sexual cristiana” o que no se puede albergar esperanza “de que, tras
un programa de semejante duración y extensión, nuestros hijos salgan de él sin
la arraigada costumbre de atentar habitualmente contra la pureza, muy
especialmente allí donde acudan juntos a clase adolescentes de ambos sexos”
(todo ello, citas literales)
Sin embargo, la misoginia entre
adolescentes es el único aspecto que veo con pesimismo. No cabe duda de que en
cuanto a la sociedad en general, las leyes, etc, la misoginia se ha ido
reduciendo considerablemente a lo largo de los siglos. Confío en que las
asociaciones en contra del maltrato, feministas, etc, sepan seguir luchando
contra este problema; y si puede ser solventado, probablemente la sociedad por
sí misma vaya erradicando la misoginia del pensamiento colectivo.
Anexo: Referencias
http://elpais.com/diario/2010/11/14/sociedad/1289689201_850215.html
http://www.eldiario.es/economia/Corte-Ingles-condenado-discriminacion-salarial_0_139286600.html
http://politica.elpais.com/politica/2014/10/22/actualidad/1413971212_944564.html
http://infocatolica.com/blog/hatojacopone.php/1011081151-educacion-sexual-en-el-aula-c
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