Rescato un artículo que escribí hace tiempo para el blog de la Comisión Antisida.
Se ha escrito mucho sobre la gentrificación en las últimas
décadas, de forma que es un tema fácil de introducir. Es un proceso de cambio
urbano en el que la estructura de un lugar deteriorado se va sustituyendo por
otra más cara, lo que hace que la población sea desplazada por nuevos
habitantes con mayor poder adquisitivo. Hemos visto ejemplos claros en el Soho
londinense, en Greenwich Village, en Chueca. Quizá supone un tema más polémico
revisar el proceso que se está dando en Bilbao: en Rekalde, en Bilbao la Vieja
y, sobre todo, en San Francisco.
Este proceso no se puede entender sin revisar todo el
contexto de Bilbao y todos los factores políticos y sociales que cambian las
dinámicas de la ciudad. El consumo de la heroína a finales de los años 80 y sus
consecuencias, la reconversión industrial, la transformación de la ciudad y la
apertura de atracciones turísticas como el museo Guggenheim, o la crisis
económica y la subida del precio de la vivienda. Ahora se dan las condiciones
necesarias para que una serie de inversores y especuladores puedan explotar un
barrio anteriormente degradado en el que ya no hay tanta problemática social,
pero el precio de los inmuebles sigue siendo relativamente barato.
Desde una perspectiva no muy crítica, la prensa ya nos avisa
de esta realidad. Hace unas semanas, bajo el título “Bilbao La Vieja, de la
degradación a lo bohemio”, Cadena Ser señalaba: “es necesario que este barrio
bilbaíno abandone la mochila histórica de haber sido un "ghetto" en
el que confluían inmigración, desempleo, drogas y problemas de convivencia
social, para transformarse en una zona cosmopolita que genera oportunidades
para comercio, hostelería y un nuevo colectivo de gente joven y bohemia que
fija su residencia en la zona.”
Este párrafo evita hacer ninguna referencia al destino de
esas personas que hacen confluir “inmigración, desempleo, drogas y problemas de
convivencia social”. Porque estas palabras no son categorías abstractas, sino
que engloban a personas. Cuando sean sustituidas por comercio y hostelería,
esas personas seguirán existiendo, y los problemas no habrán desaparecido por
arte de magia. Tendrán que sobrevivir como puedan, desplazarse a donde puedan y
dispersarse: porque el tejido social, las redes y enlaces construidas por el
hecho de vivir en el mismo barrio se irán destruyendo conforme se dispersen
todas las personas y recursos que los integran.
Por el momento, al menos, no se han visto estrategias tan
descaradas como se han llegado a ver en otros procesos de gentrificación:
dueños de edificios que recurren desde contratar a vecinos indeseables hasta
dejar una manguera permanentemente abierta en el tejado para provocar
humedades, por ejemplo, para conseguir que los vecinos que suponen trabas a la
especulación se muden a otra zona. Es una realidad ante la que, por
experiencias previas, deberíamos estar alerta: han dejado bien claro que para
hacer florecer esas oportunidades para comercio y hostelería, primero hay que
expulsar a las personas inmigrantes o desempleadas.
Ojalá los datos dieran otra realidad, pero no la dan. Como
señalaba antes, la inmigración, el desempleo, las drogas, los problemas de
convivencia social siguen ahí. Dispersar a la gente implicada en ellos no va a
hacer desaparecer estos problemas, sino que, al contrario, los va a empeorar.
En San Francisco se ha construido un tejido social muy fuerte para paliar las
consecuencias más desagradables de estos procesos (remarco que las más
desagradables, porque, tal y como se describía en el citado párrafo, parece
dejarse caer que la inmigración, por ejemplo, es un proceso intrínsecamente
negativo). Todo tipo de personas y recursos como diversas ONGs, asociaciones,
etc, forman esta red, en gran medida gracias al hecho de estar establecidas en
la misma zona. Dispersarlas llevaría a menos personas acudiendo a esos
recursos, menos coordinación entre recursos, menos relaciones entre las
personas que acuden a los mismos recursos; toda la situación en su totalidad
empeorando.
Esta gentrificación siempre se va a vender por parte de
algunos sectores como una mejora del entorno urbano, una transformación del
barrio. Viendo la transformación que ya ha sufrido San Francisco, creo que
todos coincidimos en que es mucho más agradable tal y como es ahora que
teniendo que pisar una chuta tirada en la calle cada tres pasos. Pero tal vez
es hora de frenar un poco la mejora de sus edificios y sus calles si es ahí
donde se está enfocando la cuestión, en lugar de enfocarla en la mejora de las vidas
de las personas que viven en esos edificios y calles.
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