miércoles, 17 de abril de 2019

Piedra I, reina emérita de España


Reciclando un artículo que escribí hace tiempo para Nueva Revolución.


Ha pasado otra Nochebuena y el rey ha dado otro discurso, en la que probablemente es una de las jornadas más atareadas que tiene a lo largo de su año. Se pueden comentar unas cuantas cosas acerca de su discurso, como su tendencia a evadir ciertos temas o el hecho de que podamos oír su voz.
Esto lo digo porque Felipe VI parece uno de esos personajes a los que vemos constantemente en TV pero sin llegar a oír nunca su voz, como pasa con Putin. De hecho, se hace hasta difícil evocar sus voces, pero me estoy desviando del tema. El caso es que esto contrasta con la voz de su padre, mucho más reconocible. Y es de su padre del que quería hablar un poco más. Tiene más carisma.

El discurso navideño del rey, como todos los años, ha levantado cierta oleada de comentarios contra la monarquía. Es normal, dado que se hace notar más. Tampoco sería raro que aumentaran año a año, dados ciertos acontecimientos recientes: el caso de corrupción que envolvió a la infanta y su más que previsible absolución, el hecho de que por algún motivo ahora los programas del corazón se atrevan a hablar abiertamente de las amantes del rey emérito o el video de Adolfo Suárez admitiendo que no hicieron un referéndum sobre la monarquía porque los sondeos mostraban que saldría perdiendo.

La crítica se ha centrado en Felipe o en la monarquía como institución, y no tanto en el rey emérito que, como decía, es en quien prefiero centrarme yo. No sólo tiene más carisma y más anécdotas, sino que, al ocupar el cargo de rey emérito, simboliza mucho mejor lo que es la monarquía parlamentaria: un personaje que goza de privilegios por, ahora sí que se puede decir literalmente y al 100 %, no hacer nada.

El rey emérito es una metáfora que salta del papel a la vida real; tanto como lo es, claro, la reina emérita, siempre relegada a un segundo puesto como mujer florero aunque no precisamente oprimida en todo el resto de facetas posibles.

Por ese motivo, quería dar un repaso serio a este cargo mediante la proposición de una piedra como reina emérita, que sustituya a Juan Carlos y Sofía. Una piedra es un recurso que nos puede servir para valorar mejor el cargo del rey emérito, y podemos compararlos entre sí para ver quién ofrece más ventajas.

En primer lugar, consideremos las ventajas de que Juan Carlos ocupe este puesto:

-Tiene mayor capacidad de diálogo que la piedra. Hay que considerar que negociar con otros jefes de estado o dar discursos navideños no es algo que tenga que hacer el rey emérito sino el rey en funciones, pero, por si acaso, viene bien tener capacidad de diálogo.

Veamos ahora las ventajas de una piedra respecto a Juan Carlos:

-No genera gastos, ni necesita salario de ningún tipo, pensión, dietas, etc.
-Tampoco puede engendrar una familia que genere gastos de ninguna forma.
-Si se cae al suelo, no se rompe con tanta facilidad.
-No puede matar elefantes por sí sola (como mucho, si alguien la tira muy fuerte).
-No puede matar a su propio hermano pegándole un tiro en la cabeza.
-Es poco probable que conspire para simular un golpe de estado que dé autoridad a la monarquía.
-No puede dar a luz a otras piedras que se dediquen a robarnos.
-No tiene escándalos con amantes y/o hijos ilegítimos.

Tal y como yo lo veo, Piedra I sería una monarca con un considerable número de ventajas respecto a los Borbones. Por tanto, sólo puedo expresar mi deseo: ojalá este artículo sirviera para hacer una campaña por Piedra I y en las próximas votaciones pudiera desplazar a Juan Carlos como reina emérita. Sin embargo, en España, la jefatura del estado no se somete a votación por muy carismática que fuera Piedra, de modo que este artículo sólo puede ser de utilidad para realizar cierto repaso actualizado, que siempre viene bien, a las funciones e inconvenientes de nuestra monarquía.

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