Reciclando un artículo que escribí hace tiempo para Nueva Revolución.
Ha pasado otra Nochebuena y el rey ha dado otro discurso, en
la que probablemente es una de las jornadas más atareadas que tiene a lo largo
de su año. Se pueden comentar unas cuantas cosas acerca de su discurso, como su
tendencia a evadir ciertos temas o el hecho de que podamos oír su voz.
Esto lo digo porque Felipe VI parece uno de esos personajes
a los que vemos constantemente en TV pero sin llegar a oír nunca su voz, como
pasa con Putin. De hecho, se hace hasta difícil evocar sus voces, pero me estoy
desviando del tema. El caso es que esto contrasta con la voz de su padre, mucho
más reconocible. Y es de su padre del que quería hablar un poco más. Tiene más
carisma.
El discurso navideño del rey, como todos los años, ha
levantado cierta oleada de comentarios contra la monarquía. Es normal, dado que
se hace notar más. Tampoco sería raro que aumentaran año a año, dados ciertos
acontecimientos recientes: el caso de corrupción que envolvió a la infanta y su
más que previsible absolución, el hecho de que por algún motivo ahora los
programas del corazón se atrevan a hablar abiertamente de las amantes del rey
emérito o el video de Adolfo Suárez admitiendo que no hicieron un referéndum
sobre la monarquía porque los sondeos mostraban que saldría perdiendo.
La crítica se ha centrado en Felipe o en la monarquía como
institución, y no tanto en el rey emérito que, como decía, es en quien prefiero
centrarme yo. No sólo tiene más carisma y más anécdotas, sino que, al ocupar el
cargo de rey emérito, simboliza mucho mejor lo que es la monarquía
parlamentaria: un personaje que goza de privilegios por, ahora sí que se puede
decir literalmente y al 100 %, no hacer nada.
El rey emérito es una metáfora que salta del papel a la vida
real; tanto como lo es, claro, la reina emérita, siempre relegada a un segundo
puesto como mujer florero aunque no precisamente oprimida en todo el resto de
facetas posibles.
Por ese motivo, quería dar un repaso serio a este cargo
mediante la proposición de una piedra como reina emérita, que sustituya a Juan
Carlos y Sofía. Una piedra es un recurso que nos puede servir para valorar
mejor el cargo del rey emérito, y podemos compararlos entre sí para ver quién
ofrece más ventajas.
En primer lugar, consideremos las ventajas de que Juan
Carlos ocupe este puesto:
-Tiene mayor capacidad de diálogo que la piedra. Hay que
considerar que negociar con otros jefes de estado o dar discursos navideños no
es algo que tenga que hacer el rey emérito sino el rey en funciones, pero, por
si acaso, viene bien tener capacidad de diálogo.
Veamos ahora las ventajas de una piedra respecto a Juan
Carlos:
-No genera gastos, ni necesita salario de ningún tipo,
pensión, dietas, etc.
-Tampoco puede engendrar una familia que genere gastos de
ninguna forma.
-Si se cae al suelo, no se rompe con tanta facilidad.
-No puede matar elefantes por sí sola (como mucho, si
alguien la tira muy fuerte).
-No puede matar a su propio hermano pegándole un tiro en la
cabeza.
-Es poco probable que conspire para simular un golpe de
estado que dé autoridad a la monarquía.
-No puede dar a luz a otras piedras que se dediquen a
robarnos.
-No tiene escándalos con amantes y/o hijos ilegítimos.
Tal y como yo lo veo, Piedra I sería una monarca con un
considerable número de ventajas respecto a los Borbones. Por tanto, sólo puedo
expresar mi deseo: ojalá este artículo sirviera para hacer una campaña por
Piedra I y en las próximas votaciones pudiera desplazar a Juan Carlos como
reina emérita. Sin embargo, en España, la jefatura del estado no se somete a
votación por muy carismática que fuera Piedra, de modo que este artículo sólo
puede ser de utilidad para realizar cierto repaso actualizado, que siempre
viene bien, a las funciones e inconvenientes de nuestra monarquía.
Incluso una mierda valdría como monarca :)
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