Veníamos de aquí, y con este tercer relato se cierra la primera saga.
Las
llanuras de Iranna, tierra de los cíngaros, se extendían hasta donde alcanzaba
la vista, salpicadas muy ocasionalmente por pequeñas arboledas o pantanos que
apenas merecían ese nombre.
Hakon
y Graegr caminaban en silencio la mayor parte del trayecto, manteniendo a su
derecha el único accidente geográfico que rompía el monótono paisaje: las
Montañas Cortantes, la imponente cordillera que separaba Iranna de los nueve
reinos civilizados.
Caminando
juntos, creaban una curiosa sensación de contraste. Hakon era un hombre de unos
treinta años, alto y con un cuerpo delgado en el que, sin embargo, estaban bien
definidos los músculos; pelo y barba
rubios, ojos verdes con una deformación en el ojo derecho que recordaba a una
serpiente mordiéndose la cola. Vestía pantalones de lana sujetos con un cinto
de cuero, zapatos sencillos, un chaleco de cuero que dejaba al descubierto sus
brazos tatuados, un colgante de plata, una capa casi hecha jirones y un casco
de acero enano con protección nasal. Del cinto colgaban una bota prácticamente
vacía, una pequeña bolsita con monedas y, más importante, un hacha y un
martillo de tamaño medio, armas dispuestas de forma que pudiera empuñarlas en
un momento.
Graegr
combinaba rasgos de su padre orco y de su madre humana. Medía una cabeza menos
que Hakon y su cuerpo, muy corpulento, ancho y encorvado, claramente no podía
ser considerado humano. Sus orejas sobresalían por debajo de un casco sencillo
de acero enano; de una de ellas colgaba un aro del metal más barato. Piel verdosa, ojos amarillentos,
nariz achatada, sus rasgos eran un curioso punto medio entre orco y humano,
rematados por una cicatriz en la mejilla, fruto de alguno de los muchos
combates en los que había participado. Vestía ropa de lanas muy sencillas y
claramente salpicadas de sangre en muchas ocasiones; andaba descalzo. En su
cinto había un hacha de doble filo y una bolsita con algunas bayas que estaban
reservando, uno de los pocos alimentos que habían encontrado en los dos días
que llevaban vagando solos por Iranna.