Hablar de las drogas como un elemento
alienante es un tema bastante aceptado en movimientos subversivos
(anticapitalistas y antifascistas, en definitiva) y, sin embargo, la amplia
variedad de discursos a menudo lleva a confrontaciones. Entre todos estos discursos,
es difícil encontrar un consenso en un punto medio: comparando posturas, será
fácil encontrar que alguien subestima los problemas que pueden causar las
drogas desde su perspectiva, mientras que desde otra perspectiva alguien los
está sobrevalorando. Es posible incluso, y
lo digo como crítica constructiva, que ese afán de “ser más
revolucionario que nadie” que sin duda todos conocemos lleve a hablar sobre las
drogas por encima de la información que se tiene, cometiendo así errores por
falta de conocimiento.
Escribiendo este artículo no puedo
dar respuestas definitivas; pero sí puedo señalar algunos hechos y los
argumentos y contraargumentos que derivan hacia una postura u otra, para que
los entendamos mejor. En primer lugar, tratando la cuestión principal, creo que
debemos partir de una afirmación: sí, las drogas pueden alienar a la clase
obrera y hacer que no quieran o puedan centrarse en luchar por los derechos
sociales.
En base a esto, podemos decir, al
menos, que el capitalismo usa las drogas para alienar a la clase obrera. El
“usa” es el verbo adecuado para esa frase, puesto que no podemos decir que la
finalidad propiamente dicha de las drogas, el motivo por el que existen, sea la
alienación. En el extremo del discurso tendríamos que las drogas son una
creación del capitalismo, cosa que he llegado a leer y que no puedo secundar en
absoluto: sabemos que las drogas son mucho más antiguas que el capitalismo y,
de hecho, probablemente más antiguas que la propia Humanidad. Esto lo sabemos
porque se puede observar a una gran variedad de animales en su hábitat natural
que, una vez satisfechas sus necesidades básicas y si no perciben amenazas a su
alrededor, se decantan por comer frutos fermentados antes que frescos: es
decir, cuando no tienen nada mejor que hacer, a los animales les gusta
emborracharse.
Hoy en día, las cosas han cambiado
ligeramente: así, por ejemplo, mucha gente se mostrará de acuerdo en que el
alcohol y el tabaco, drogas legales, pueden ser tan dañinas como las ilegales o
más que muchas de ellas. Incluir más sustancias entre las drogas legales ya es
más difícil: por ejemplo, ¿cuántas
personas saben que los efectos de la cafeína son prácticamente idénticos a los
de la anfetamina? La cafeína no sólo es legal, sino que, en pequeñas dosis, la
consume prácticamente toda la población, incluyendo a niñxs. Con esto no pretendo
crear alarmismo sobre la cafeína, puesto que lo normal es consumirla en dosis
muy pequeñas que apenas tienen potencial de dañar la salud de nadie: lo que
pretendo decir es que, en otra sociedad, sería perfectamente posible que las
anfetaminas fueran una droga completamente legal que casi todo el mundo tomara
a diario, y la cafeína una droga ilegal que sólo se consumiría en grandes
dosis, esnifada y siendo muy mal vista. He visto a personas que se definían
como straight edge y como adictos a la cafeína (literalmente), sin poder
imaginar ninguna contradicción en ello. Esto es una muestra de cómo la división
impuesta a dedo a principios del siglo XX ha calado hondo entre la gente y
puede llevar a incoherencias importantes en su discurso.
Partiendo de esto, también podríamos
hablar de qué drogas son alienantes: porque muchas no tienen el menor potencial
para ello, cosa que se suele omitir en este tipo de discursos y da lugar a
problemas obvios. ¿Es la cafeína alienante, consumir un café todas las mañanas
hará que un obrero se sienta cómodo con el sistema y ya no luche por sus
derechos? ¿Y los alucinógenos? ¿Y los tranquilizantes? Las drogas con más
potencial para “evadir la realidad”, para “huir de los problemas” y, por tanto,
que más potencial tienen para alienar, son sin duda los tranquilizantes: desde
el alcohol, pasando por las benzodiacepinas, hasta los opiáceos (morfina,
heroína…). A más potencia tenga el tranquilizante, más potencial para alienar
tiene esa droga, naturalmente; el problema, cuando se habla de abolir las
drogas dentro de un discurso subversivo, es que las drogas más alienantes son
también las que más utilidad pueden tener. Es decir, entiendo que la mayoría de
la gente que habla de la abolición de las drogas se refiere a la abolición de
las drogas como forma de ocio o evasión de la realidad, pero no le retirarían
la morfina a un enfermo de cáncer con terribles dolores. Esto puede resultar
obvio, y seguro que muchas personas de una u otra postura ya lo habían
considerado, pero, por si acaso, tengo que remarcarlo: nos enfrentamos al
peligro de que las drogas más alienantes son las que más potencial tienen en
medicina, en usos que no creo que nadie considere ilegítimos o éticamente
incorrectos.
Hechas estas consideraciones, podemos
tratar ahora el que probablemente sea el ejemplo específico más conocido: la
heroína en los años 80, sobre todo en Euskadi y en la cuenca minera. Y,
nuevamente, podemos partir de una premisa que parece innegable: la proporción
de policías y, sobre todo, guardias civiles implicados en el narcotráfico ha
sido mucho mayor en el Estado español que lo estadísticamente esperable por
policías corruptos que se puedan encontrar en cualquier otro Estado con
condiciones socioeconómicas remotamente parecidas. El debate empieza después.
Dado que se puede observar también
una correlación entre mayor implicación en la lucha antiterrorista y mayor
implicación en el narcotráfico (por ejemplo, el cuartel de Intxaurrondo
destacaba en ambas cosas), podemos plantear dos hipótesis. La primera es que
alienar a la juventud obrera con heroína fue un plan totalmente intencionado y
con esa finalidad, diseñado así desde las más altas esferas. La segunda es que
las más altas esferas simplemente dejaban sin supervisión a las fuerzas de
seguridad encargadas de la lucha antiterrorista para que pudieran practicar
libremente la guerra sucia; y, sin que estos altos cargos lo supieran, los
cuerpos de seguridad aprovecharon esta falta de supervisión no sólo para la
guerra sucia sino para involucrarse en el narcotráfico para beneficio personal,
no para alienar. Lo cierto es que se
pueden encontrar ciertos indicios de la primera teoría (como el Plan ZEN), pero
de momento no tenemos evidencias indiscutibles. A menudo, la implicación de
tantos guardias civiles en el narcotráfico y la correlación de puntos calientes de Euskadi en el terrorismo
con el narcotráfico se señalan como evidencia de la primera teoría, pero no se
contempla la segunda.
En la misma línea, podríamos hablar
de la responsabilidad individual de las personas que se engancharon a la
heroína; por ejemplo, en una escala de 0 a 100.
Así, un liberal acérrimo opinaría que 100, que la culpa es sólo de quien la consumió:
porque son la misma clase de gente que te dirá que quien vive en la pobreza es
por ser un vago y quien acumula riquezas es por mérito propio (sospechosamente,
la gente que dice esto tiende a haber nacido en familias ricas). Desde una
óptica anticapitalista y antifascista probablemente todxs estamos de acuerdo en
escoger un número bajo, pero tampoco podemos seleccionar el 0 y tratar a cada persona como si fueran
marionetas irresponsables, carentes de toda voluntad propia o de libre albedrío.
Volviendo al tema central, sí: las drogas en un sistema capitalista actúan
como alienantes. A partir de ahí algunos discursos pueden exagerar esto en un
sentido u otro: en el discurso sobre las drogas rara vez hay término medio
porque es verdad que pueden matar, y no es un tema con el que jugar. Así, si
comparásemos las drogas con la TV, por ejemplo, encontraríamos esta comparación
como parcialmente desequilibrada y demagoga, dado que la TV no puede destrozar familias con la
facilidad con la que en ocasiones lo
hace la droga. Sin embargo, sí coincidiríamos en el punto de que son herramientas no exclusivas del sistema capitalista, pero que el sistema
capitalista utiliza en el contexto actual para alienar a la población.
Esto puede llevar a soluciones
teóricas que, de creerse absolutas, serían utópicas. He llegado a leer el
discurso de que si el capitalismo fuera abolido, nadie necesitaría drogas para
evadirse de sus duras condiciones y todo el problema quedaría arreglado. Lo que
quiero decir es que esta premisa es parcialmente cierta porque, efectivamente,
el capitalismo es un incentivo para el consumo de drogas en determinados casos;
pero no en todos. Es interesante, para ello, revisar las estadísticas rusas,
por ejemplo. Es cierto que durante la existencia de la URSS el consumo de
drogas se redujo considerablemente y, caído el Muro de Berlín, volvió a
repuntar; pero reducirlo a cifras más manejables está muy lejos de eliminar el
consumo de drogas.
En la postura contraria, la
imposibilidad de abolir el consumo de drogas se plantea mediante el argumento
de que ninguna sociedad humana, en toda la Historia, ha estado libre de drogas
(excepto, quizás, lxs esquimales: debido a que la mayoría de drogas tiene un
origen vegetal y vivían en un entorno sin vegetación, vaya). Yo tampoco puedo
irme a este extremo, porque la norma no exime a algo de ser perjudicial, dañino
o de que debamos combatirlo. También es prácticamente imposible encontrar una
sociedad libre de machismo, y no por eso
debemos conformarnos y aceptar que el machismo es intrínseco a la condición
humana.
Sin embargo, nuevamente, se puede
encontrar algo de razón también en este argumento. La realidad es que existe
cierta necesidad de drogas, y eso difícilmente va a cambiar en un futuro
cercano; sólo en un futuro remoto podríamos pensar quizá en una sociedad
formada por individuos que puedan regular sus emociones en base a criterios
racionales sin ayuda de drogas. Que puedan dejar de sentir dolor cuando ya no
necesitan que el dolor les avise de alguna enfermedad, que puedan dormirse
cuando quieran, que puedan relajarse o excitarse a voluntad, que puedan centrar
su atención en algo con mucha facilidad. Mientras tanto, es cierto que las
drogas pueden ayudar a cumplir esos objetivos; aunque arrastrando consigo las
más que conocidas consecuencias negativas.
Para concluir, sólo queda
preguntarnos: ¿a dónde lleva toda esta divagación? ¿Qué se debe hacer con las
drogas?
Mi respuesta: conocer sus peligros y
consecuencias para poder evitarlos mejor. Ayudar a otras personas a conocer sus
peligros y consecuencias para poder evitarlos mejor. Saber cómo reducir los riesgos
y daños que puedan producir las drogas, y aplicar activamente estos
conocimientos. Saber reconocer los síntomas de una adicción cuando se acerca y
parar. Aprender a gestionar las emociones sin necesitar la ayuda de drogas.
Brindar apoyo a las personas que tienen problemas con las drogas, en el aspecto
que necesiten: pero siempre sin juzgarles moralmente, sin creerse por encima de
ellas. En definitiva, ganarle la batalla al capitalismo y erradicar toda esta
plaga de consecuencias negativas del consumo de drogas que podemos ver a
nuestro alrededor.
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