miércoles, 1 de julio de 2020

Drogas, clase obrera y alienación: una mirada crítica

En su momento escribí este texto por encargo de un medio, pero no se publicó. Sí que lo terminé publicando yo en El tobillo de MeliSSa y otras reflexiones políticas, un conjunto de ensayos en PDF que saqué a finales del año pasado, pero hasta ahora, este artículo no se había publicado por separado.


Hablar de las drogas como un elemento alienante es un tema bastante aceptado en movimientos subversivos (anticapitalistas y antifascistas, en definitiva) y, sin embargo, la amplia variedad de discursos a menudo lleva a confrontaciones. Entre todos estos discursos, es difícil encontrar un consenso en un punto medio: comparando posturas, será fácil encontrar que alguien subestima los problemas que pueden causar las drogas desde su perspectiva, mientras que desde otra perspectiva alguien los está sobrevalorando. Es posible incluso, y  lo digo como crítica constructiva, que ese afán de “ser más revolucionario que nadie” que sin duda todos conocemos lleve a hablar sobre las drogas por encima de la información que se tiene, cometiendo así errores por falta de conocimiento.

Escribiendo este artículo no puedo dar respuestas definitivas; pero sí puedo señalar algunos hechos y los argumentos y contraargumentos que derivan hacia una postura u otra, para que los entendamos mejor. En primer lugar, tratando la cuestión principal, creo que debemos partir de una afirmación: sí, las drogas pueden alienar a la clase obrera y hacer que no quieran o puedan centrarse en luchar por los derechos sociales.

En base a esto, podemos decir, al menos, que el capitalismo usa las drogas para alienar a la clase obrera. El “usa” es el verbo adecuado para esa frase, puesto que no podemos decir que la finalidad propiamente dicha de las drogas, el motivo por el que existen, sea la alienación. En el extremo del discurso tendríamos que las drogas son una creación del capitalismo, cosa que he llegado a leer y que no puedo secundar en absoluto: sabemos que las drogas son mucho más antiguas que el capitalismo y, de hecho, probablemente más antiguas que la propia Humanidad. Esto lo sabemos porque se puede observar a una gran variedad de animales en su hábitat natural que, una vez satisfechas sus necesidades básicas y si no perciben amenazas a su alrededor, se decantan por comer frutos fermentados antes que frescos: es decir, cuando no tienen nada mejor que hacer, a los animales les gusta emborracharse.
Antes de pasar a ejemplos específicos, creo que es buen momento también para presentar un debate: ¿qué drogas? Éste también es un tema polémico. Generalmente, cuando se habla de drogas, tendemos a las ilegales. Esto lo he visto a menudo incluso entre marxistas (e insisto, cito estos ejemplos como crítica constructiva, no destructiva), lo que es paradójico considerando que la división entre drogas legales e ilegales no tiene la menor base médica o biológica, y fue hecha completamente a dedo por la burguesía para proteger sus intereses. Reproducir este discurso absurdo es reproducir estos intereses de la burguesía, entre los que se puede citar algunos ejemplos: el racismo, sin ir más lejos. Fijémonos como en EEUU se prohíbe el opio (según el estereotipo, la droga de los chinos), la cocaína (la droga de los negros), la marihuana (la droga de los sudamericanos), el alcohol (la droga de los irlandeses). De estas cuatro prohibiciones, la única que no triunfa y tiene que ser revocada es la del alcohol, claro; al fin y al cabo, los irlandeses son blancos, europeos, y el alcohol ya lo consumen muchos estadounidenses blancos y respetables. Todo esto se puede aderezar sin ningún problema con editoriales de William Randolph Hearst, amigo de Hitler y creador de Holodomor, cuyos intereses en la industria del cáñamo fueron clave para ilegalizar la marihuana. Si muchos marxistas dividen las drogas en buenas y malas, o malas y menos malas, ordenándolas igual que EEUU, también a nivel global tragaron con el invento: mediante el Tratado de Versalles en 1919 y la Convención Única en 1961, EEUU impuso qué drogas serían legales y qué drogas serían ilegales a todo el mundo, incluida la URSS, por ejemplo.

Hoy en día, las cosas han cambiado ligeramente: así, por ejemplo, mucha gente se mostrará de acuerdo en que el alcohol y el tabaco, drogas legales, pueden ser tan dañinas como las ilegales o más que muchas de ellas. Incluir más sustancias entre las drogas legales ya es más difícil:  por ejemplo, ¿cuántas personas saben que los efectos de la cafeína son prácticamente idénticos a los de la anfetamina? La cafeína no sólo es legal, sino que, en pequeñas dosis, la consume prácticamente toda la población, incluyendo a niñxs. Con esto no pretendo crear alarmismo sobre la cafeína, puesto que lo normal es consumirla en dosis muy pequeñas que apenas tienen potencial de dañar la salud de nadie: lo que pretendo decir es que, en otra sociedad, sería perfectamente posible que las anfetaminas fueran una droga completamente legal que casi todo el mundo tomara a diario, y la cafeína una droga ilegal que sólo se consumiría en grandes dosis, esnifada y siendo muy mal vista. He visto a personas que se definían como straight edge y como adictos a la cafeína (literalmente), sin poder imaginar ninguna contradicción en ello. Esto es una muestra de cómo la división impuesta a dedo a principios del siglo XX ha calado hondo entre la gente y puede llevar a incoherencias importantes en su discurso.

Partiendo de esto, también podríamos hablar de qué drogas son alienantes: porque muchas no tienen el menor potencial para ello, cosa que se suele omitir en este tipo de discursos y da lugar a problemas obvios. ¿Es la cafeína alienante, consumir un café todas las mañanas hará que un obrero se sienta cómodo con el sistema y ya no luche por sus derechos? ¿Y los alucinógenos? ¿Y los tranquilizantes? Las drogas con más potencial para “evadir la realidad”, para “huir de los problemas” y, por tanto, que más potencial tienen para alienar, son sin duda los tranquilizantes: desde el alcohol, pasando por las benzodiacepinas, hasta los opiáceos (morfina, heroína…). A más potencia tenga el tranquilizante, más potencial para alienar tiene esa droga, naturalmente; el problema, cuando se habla de abolir las drogas dentro de un discurso subversivo, es que las drogas más alienantes son también las que más utilidad pueden tener. Es decir, entiendo que la mayoría de la gente que habla de la abolición de las drogas se refiere a la abolición de las drogas como forma de ocio o evasión de la realidad, pero no le retirarían la morfina a un enfermo de cáncer con terribles dolores. Esto puede resultar obvio, y seguro que muchas personas de una u otra postura ya lo habían considerado, pero, por si acaso, tengo que remarcarlo: nos enfrentamos al peligro de que las drogas más alienantes son las que más potencial tienen en medicina, en usos que no creo que nadie considere ilegítimos o éticamente incorrectos.

Hechas estas consideraciones, podemos tratar ahora el que probablemente sea el ejemplo específico más conocido: la heroína en los años 80, sobre todo en Euskadi y en la cuenca minera. Y, nuevamente, podemos partir de una premisa que parece innegable: la proporción de policías y, sobre todo, guardias civiles implicados en el narcotráfico ha sido mucho mayor en el Estado español que lo estadísticamente esperable por policías corruptos que se puedan encontrar en cualquier otro Estado con condiciones socioeconómicas remotamente parecidas. El debate empieza después.

Dado que se puede observar también una correlación entre mayor implicación en la lucha antiterrorista y mayor implicación en el narcotráfico (por ejemplo, el cuartel de Intxaurrondo destacaba en ambas cosas), podemos plantear dos hipótesis. La primera es que alienar a la juventud obrera con heroína fue un plan totalmente intencionado y con esa finalidad, diseñado así desde las más altas esferas. La segunda es que las más altas esferas simplemente dejaban sin supervisión a las fuerzas de seguridad encargadas de la lucha antiterrorista para que pudieran practicar libremente la guerra sucia; y, sin que estos altos cargos lo supieran, los cuerpos de seguridad aprovecharon esta falta de supervisión no sólo para la guerra sucia sino para involucrarse en el narcotráfico para beneficio personal, no para alienar.  Lo cierto es que se pueden encontrar ciertos indicios de la primera teoría (como el Plan ZEN), pero de momento no tenemos evidencias indiscutibles. A menudo, la implicación de tantos guardias civiles en el narcotráfico y la correlación de  puntos calientes de Euskadi en el terrorismo con el narcotráfico se señalan como evidencia de la primera teoría, pero no se contempla la segunda.

En la misma línea, podríamos hablar de la responsabilidad individual de las personas que se engancharon a la heroína; por ejemplo, en una escala de 0 a 100.  Así, un liberal acérrimo opinaría que 100,  que la culpa es sólo de quien la consumió: porque son la misma clase de gente que te dirá que quien vive en la pobreza es por ser un vago y quien acumula riquezas es por mérito propio (sospechosamente, la gente que dice esto tiende a haber nacido en familias ricas). Desde una óptica anticapitalista y antifascista probablemente todxs estamos de acuerdo en escoger un número bajo, pero tampoco podemos seleccionar el 0 y  tratar a cada persona como si fueran marionetas irresponsables, carentes de toda voluntad propia o  de libre albedrío.

Volviendo al  tema central, sí:  las drogas en un sistema capitalista actúan como alienantes. A partir de ahí algunos discursos pueden exagerar esto en un sentido u otro: en el discurso sobre las drogas rara vez hay término medio porque es verdad que pueden matar, y no es un tema con el que jugar. Así, si comparásemos las drogas con la TV, por ejemplo, encontraríamos esta comparación como parcialmente desequilibrada y demagoga, dado que la TV  no puede destrozar familias con la facilidad  con la que en ocasiones lo hace la droga. Sin embargo, sí coincidiríamos en  el punto de que son herramientas no exclusivas  del sistema capitalista, pero que el sistema capitalista utiliza en el contexto actual para alienar a la población.

Esto puede llevar a soluciones teóricas que, de creerse absolutas, serían utópicas. He llegado a leer el discurso de que si el capitalismo fuera abolido, nadie necesitaría drogas para evadirse de sus duras condiciones y todo el problema quedaría arreglado. Lo que quiero decir es que esta premisa es parcialmente cierta porque, efectivamente, el capitalismo es un incentivo para el consumo de drogas en determinados casos; pero no en todos. Es interesante, para ello, revisar las estadísticas rusas, por ejemplo. Es cierto que durante la existencia de la URSS el consumo de drogas se redujo considerablemente y, caído el Muro de Berlín, volvió a repuntar; pero reducirlo a cifras más manejables está muy lejos de eliminar el consumo de drogas.

En la postura contraria, la imposibilidad de abolir el consumo de drogas se plantea mediante el argumento de que ninguna sociedad humana, en toda la Historia, ha estado libre de drogas (excepto, quizás, lxs esquimales: debido a que la mayoría de drogas tiene un origen vegetal y vivían en un entorno sin vegetación, vaya). Yo tampoco puedo irme a este extremo, porque la norma no exime a algo de ser perjudicial, dañino o de que debamos combatirlo. También es prácticamente imposible encontrar una sociedad  libre de machismo, y no por eso debemos conformarnos y aceptar que el machismo es intrínseco a la condición humana.

Sin embargo, nuevamente, se puede encontrar algo de razón también en este argumento. La realidad es que existe cierta necesidad de drogas, y eso difícilmente va a cambiar en un futuro cercano; sólo en un futuro remoto podríamos pensar quizá en una sociedad formada por individuos que puedan regular sus emociones en base a criterios racionales sin ayuda de drogas. Que puedan dejar de sentir dolor cuando ya no necesitan que el dolor les avise de alguna enfermedad, que puedan dormirse cuando quieran, que puedan relajarse o excitarse a voluntad, que puedan centrar su atención en algo con mucha facilidad. Mientras tanto, es cierto que las drogas pueden ayudar a cumplir esos objetivos; aunque arrastrando consigo las más que conocidas consecuencias negativas.

Para concluir, sólo queda preguntarnos: ¿a dónde lleva toda esta divagación? ¿Qué se debe hacer con las drogas?

Mi respuesta: conocer sus peligros y consecuencias para poder evitarlos mejor. Ayudar a otras personas a conocer sus peligros y consecuencias para poder evitarlos mejor. Saber cómo reducir los riesgos y daños que puedan producir las drogas, y aplicar activamente estos conocimientos. Saber reconocer los síntomas de una adicción cuando se acerca y parar. Aprender a gestionar las emociones sin necesitar la ayuda de drogas. Brindar apoyo a las personas que tienen problemas con las drogas, en el aspecto que necesiten: pero siempre sin juzgarles moralmente, sin creerse por encima de ellas. En definitiva, ganarle la batalla al capitalismo y erradicar toda esta plaga de consecuencias negativas del consumo de drogas que podemos ver a nuestro alrededor.

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