domingo, 5 de julio de 2020

El holocausto de los pobres


Un pequeño extracto de Jerusalén, novela que ya reseñé en este blog. Y es que tiene trocitos maravillosos.


Cuanto más desciende Alma por la colina, más se oscurece su estado de ánimo, como si Bath Street fuera un descenso emocional. Piensa en las víctimas celebradas por la Historia, el holocausto, el flagelo de la esclavitud, la represión de las mujeres y la persecución de las minorías sexuales. Recuerda sus días como feminista en los que leía Spare Rib en la década de 1970, el hecho de que durante un tiempo realmente creyó que una mujer en el poder marcaría la diferencia. Debió de ser a principios de los setenta. El hecho es que, a pesar de la violencia real resultante del antisemitismo, el racismo, el sexismo y la homofobia, hubo políticos y líderes gubernamentales, mujeres, judíos, negros o gays. Pero ninguno de ellos era pobre. No había ninguno y nunca habría existido. Cada década desde los albores de la sociedad ha sido testigo de un holocausto de los pobres, tan enorme y perpetuo que se ha convertido en un fondo de pantalla, nadie se da cuenta, nadie lo reporta. Las fosas comunes de Dachau y Auschwitz se recuerdan con razón y siempre se condenan, pero la de Bunhill Fields donde arrojaron a William Blake y su amada Catherine, ¿entonces? ¿O la otra debajo del estacionamiento en Chalk Lane, en el lado opuesto de la carretera frente a la iglesia de Doddridge? ¿Dónde están sus malditos monumentos y fechas encerrados en el calendario para recordarlos? ¿Dónde están las películas de Spielberg? Sin lugar a dudas, parte del problema es que la pobreza carece de una trama melodramática. De establos a otros establos y, finalmente, a polvo nunca ha sido una fórmula exitosa para ganar el Oscar.

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