Adelanto de un proyecto que espero que vea la luz algún día.
En el corazón de la ciudad, en algún lugar entre las avenidas grises, la geometría y la angustia, había escondido un tesoro.
Era extremadamente difícil de encontrar, porque nadie daba toda la información: sólo algunas pistas eran dadas por separado, como pequeñas piezas de un puzzle.
En la playa,
escultores de arena levantaban castillos con innumerables pasadizos a modo de
mapa para encontrar ese tesoro. En la acera, dibujantes pasaban con tiza esos
detalles a dos dimensiones, cambiando el contexto de forma insignificante pero
manteniendo el mapa.
En las esquinas, en
los semáforos, diversos artistas callejeros daban las coordenadas exactas de la
ubicación del tesoro en un código numérico: malabaristas transmitían la latitud
con el número de bolas con las que jugaban y el número de pases que hacían;
músicos transmitían la longitud, codificada en las notas que tocaban con su violín.
Cuentan que nadie llegó a descubrir el tesoro.
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