Siempre me ha resultado curiosa una canción de Epica, Mother of Light (podéis escucharla y ver su letra aquí), por no quedarme nada claro de qué va. Su letra es muy ambigua: podría ser una canción sobre amor, sobre guerras, sobre creencias religiosas...así que, sintiéndome inspirado, he querido escribir un relato original que pudiera encajar con la letra de la canción. Vamos, que es un relato mío, pero inspirado por esta canción. Y espero haber conseguido algo productivo.
Diarios de Manfred de Haralem, 14º de junio del año de Nuestro Señor de 1232.
Escribo estas líneas pasando la noche en vela, sin poder dormir por el temor y la preocupación de lo que pasará por la mañana. Se avecina el combate y yo no estoy preparado. Creo que nunca lo he estado.
Algunos de los jóvenes se fijan en mí, y me piden consejo. Saben que combatí en la Quinta Cruzada. Creen que soy algo así como un guerrero veterano. Ellos nunca han estado de verdad en una guerra, y yo sí. Pero, ¿cómo les digo que no sé nada de las guerras? ¿Que ni siquiera sé por qué luchamos, por qué matamos? ¿Por fe, acaso? ¿Por lealtad? ¿En el nombre de Dios? ¿En el nombre de un rey?
Aún no saben lo que es la guerra. Pronto lo sabrán. Ver a los demás muriendo a tu alrededor, la sangre y los gritos… cuándo pienso en todas las vidas desperdiciadas por esta locura, me estremezco.
Recuerdo lo que era ser joven e ingenuo. Cuando el conde Guillermo decidió unirse a la cruzada, que había comenzado el año anterior, muchos soldados y caballeros de Holanda nos unimos a él. Lo que buscaba el conde sí lo sé: que el Papa le levantara la excomunión. Lo que buscábamos los que le seguimos… no lo sé. Tal vez algunos querían tierras, riquezas; saquear algunas reliquias. Otros le seguimos como un rebaño de ovejas en nombre de, ¿qué? ¿Fe, gloria, lealtad? ¿Qué nos llevó a pensar que viajar a Jerusalén a matar a otra gente era una buena idea? ¿Morir por la fe de otros? ¿Morir por la avaricia de otros?
Si vine aquí, fue sólo porque me prometieron que aquello no volvería a pasar. Que esta vez estaríamos en paz. O tal vez volví sólo con la futil esperanza de regresar a aquel monasterio, de aceptar la mano tendida de María y cambiar de vida… soy un necio. ¿Cómo pude creerles? ¿Les creí siquiera?
La Quinta Cruzada acabó con la victoria de al-Kamil, que obligó a los cristianos a firmar un acuerdo de paz por ocho años. Ocho años que aún no habían pasado cuando partimos: por eso yo, ingenuamente, pensé que no me vería involucrado en otra guerra si aceptaba venir. No sé cómo pude ser tan necio. De verdad llegué a creer que habíamos aprendido algo del pasado, que tanto dolor y tanta muerte al menos nos había valido para aprender.
Yo no viví la firma del acuerdo de paz. Sólo pude alegrarme cuando me comunicaron las nuevas. Ya no estaba allí. Para mí, la Quinta Cruzada acabó durante el sitio a Damieta, el 29 de agosto del año de Nuestro Señor de 1219. Una flecha me alcanzó en el costado. Recuerdo el dolor durante un rato que no debió de ser largo, pero para mí fue interminable. Después, todo se fue poniendo borroso.
Apenas recuerdo nada del viaje. Debí de permanecer inconsciente casi todo el tiempo, pero alguien notó que yo estaba vivo, y me pusieron en un carro con otros heridos. Nos llevaron al monasterio más cercano, donde las monjas se harían cargo de nosotros: el Monasterio de la Santa Madre de la Luz.
Lo primero que recuerdo cuando llegué allí… bueno, no estoy seguro de cómo ponerlo en palabras. Sencillamente no encuentro la forma de decirlo o de comunicarlo. Medio muerto por mi herida, con fiebre y delirando, lo que recuerdo está a medio camino entre el reino de la realidad y el reino de los sueños.
Recuerdo una serenidad absoluta, una calma que me envolvía. La Virgen María, la Madre de la Luz, me acogía en sus brazos. Recuerdo su rostro con total claridad, y sé que no era de verdad la Virgen, sino la monja que me estaba atendiendo y limpiando mi herida. Si hubiera contado lo que de verdad creí ver, tal vez alguien habría dicho que de verdad la Virgen me acogió en sus brazos, pero yo sé que fue un delirio provocado por la fiebre. Los sueños son extraños: en ellos, puede pasar cualquier cosa, pero no podían ser peores que la realidad; porque la realidad era horrible, yo necesitaba refugiarme de ella, y por eso preferí dormir y soñar.
Cuando lo peor pasó, conocí a la monja que me había atendido. Era joven, de facciones delicadas, mirada firme y entregada a su oficio. Se llamaba María. Tal vez en mi delirio de los días anteriores había oído su nombre por casualidad y por eso la había relacionado con la Virgen, sin darme cuenta. ¿Quién sabe en qué maneras afecta la realidad al mundo de los sueños, al fin y al cabo?
Los días siguientes, la hermana María continuó atendiéndome. Siempre que la veía, me invadía una profunda calma, como si supiera que todo iba a estar bien. Mi herida fue sanando poco a poco.
Conforme me iba recuperando, supe más del sitio en el que me encontraba. El monasterio se dividía en dos edificios, uno ocupado por monjes y otro por monjas. Pasaban la mayor parte del tiempo dedicándose a la reflexión y la oración; los monjes también trabajaban la huerta, situada entre ambos edificios, y las monjas también atendían a heridos, enfermos y desvalidos.
Recuerdo aquellos días como los más tranquilos de mi vida. La Quinta Cruzada continuaba sin mí, y apenas me importaba. Yo estaba en paz.
Sólo después me di cuenta de que los sentimientos que creía estar ocultando eran en realidad muy claros para quien me veía. Con toda probabilidad, la satisfacción se podía apreciar en mi rostro como en un libro abierto. Lo supe, porque, el día en que me iba, la hermana María se acercó a mí.
Me dijo que tenía otra opción, que podía quedarme allí. Que podía ser un monje en el Monasterio de la Santa Madre de la Luz y estar siempre en paz.
Creo que habría sido hipócrita por mi parte aceptar su oferta. Si yo no era un cristiano devoto, ¿qué pintaba allí? Pero quizá no la rechacé por mis creencias, sino por egoísmo. Quizá, simplemente, prefería tener riquezas materiales y vivir una vida normal que vivir en una estrecha celda de un monasterio trabajando una huerta. No lo sé.
Si hubiera sabido cómo iba a acabar esto, si tan sólo pudiera haberlo imaginado… entonces sí, sin duda, habría aceptado la mano tendida de la hermana María. Pero fui un necio y no lo hice. Rechacé aquella oferta y ahora no puedo perdonarme por ello; tiré la llave de la puerta a una vida pacífica y tranquila.
Ahora ya es demasiado tarde. Me dijeron que esta vez no sería necesario combatir y, al menos, una parte de mí les creyó. Al principio, fue así: viajamos a Jerusalén, y no entramos en combate. La paz se mantenía. Pero después, las cosas se torcieron… y el joven señor de Cesarea, como miembro de la Alta Corte de Jerusalén, nos trajo con él aquí, a Chipre. Sólo veníamos para transmitir una imagen de poder, se suponía, para que la familia Ibelín no intentase una insurrección contra el reino de Jerusalén, contra la dinastía Hosenstaufen. Guerreros leales al rey, la mayor parte, lombardos; pero también de algunos otros lugares, como yo. Se suponía que así calmaríamos a los Ibelín… y más bien fue al revés, más bien pareciera que fue nuestra presencia la que les animó a rebelarse abiertamente.
Y ahora estamos aquí acampados. Mañana llegaremos a Agridi y entraremos en combate. Se supone que somos muchos más que ellos, pero ellos conocen el terreno, están mejor preparados y combaten mejor. Muchos de los lombardos, como yo, apenas han combatido alguna vez en su vida.
¿Por qué los hombres no podemos dejar de matarnos entre nosotros? Me estremezco cada vez que pienso en todas las vidas arruinadas por la guerra. Si no es una guerra de cristianos contra moros, es una entre los propios cristianos; lo mismo da. ¿Es que no hemos aprendido nada del pasado, de todo el dolor que vivimos? No podemos seguir así.
Mientras escribo estas líneas, el cielo se está aclarando. Se acerca el amanecer, y soy incapaz de conciliar el sueño. Pronto partiremos a recorrer el último tramo de nuestro viaje hasta Agridi. Quizá no sobreviva al día de mañana. No estoy seguro siquiera de si sobreviví a la guerra anterior, en cierto sentido.
***
EN·ESTA·TIERRA·SANTA·YAZE
SER·MANFRED·DE·HARALEM
BRAVO·CABALLERO·CRISTIANO
CAIDO·EN·COMBATE·EL·DIA·XV·DE·JUNIO·DE·MCCXXXII
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