Este relato fue publicado originalmente en la revista Axxón, muy recomendable, y quería recuperarlo. Me gustó escribir sobre temas que tenía pendientes y técnicas que tenía pendientes, como inventarme palabras nuevas como ejercicio futurista. La revista Axxón asignó al ilustrador Pedro Bel a este relato e hizo esta ilustración muy certera que veis aquí.
Granada, año 2431.
La periodista Inés Tejas desubió del aerotaxi que TVR había dispuesto para el holoportaje. El vistaje de las afueras de la poli de Granada resultaba impresionante, a pesar de que hacía unos meses se habían inundasionado de nuevo los niveles inferiores, cosa que estartaba a pasar con cada vez más frecuencia a causa de la descongelación del Ártico a pesar de los magnodiques.
Inés sacó su holograbador; bueno, el holograbador de TVR, técnicamente. Una revivida como ella difícilmente podía tener dinero para purchar su propio holograbador, era TeleVisiónRevivir quien le prestaba el equipo para sus holoportajes.
Se acercó al grupo, que tenía varias holopantallas desplegadas conectadas a escáneres de neutrinos.
—Hola—dijo—. Soy Inés, la periodista. Hablamos por holollamada…
—Ah, sí—uno de los excavadores desvió ligeramente la mirada de la holopantalla—. ¿Venías hoy? Me he despistado.
—Eh, sí, venía…
—Hmm, uno de esos canales para revividos, ¿no? Sin ofender.
—Sí, de TVR. Eso es.
Periodista y excavador se estrecharon la mano.
—Eh, bueno, entonces mejor te explico…
—Sí, el holograbador ya está funcionando.
—Bien. Vale, éstos son los escáneres de neutrinos…
El excavador explicó con paciencia los conceptos básicos sobre la techmáquina que usaban. Sabía que TeleVisiónRevivir estaba enfocada a personas que, como Inés, habían sido revividas tras haber sido criogenizadas, a menudo en épocas tan tempranas como los siglos XXI y XXII. Por tanto, era un canal que la mayor parte del tiempo procuraba usar la jerga de esos siglos, evitando palabras más recientes, y en sus holoportajes explicaba cómo funcionaba la techmáquina con la que las personas de esos siglos no estaban familiarizadas.
—Entonces, gracias a estos escáneres localizáis los restos—resumió Inés para el holograbador.
—Sí, eso es.
Granada, año 1936.
—Nos lo acaban de confirmar—dijo el hombre de la CNT, un tipo alto y delgado, de espesa barba negra, que respondía al nombre de Sánchez—. Han tomado la ciudad. Han tomado el gobierno civil, el ayuntamiento y la puta fábrica de El Fargue. Han matado a varios de los nuestros allí.
Murmullos y gritos de incertidumbre y rabia se alzaron entre la gente de la asamblea, que Sánchez intentó acallar para seguir hablando.
—Tenemos que resistir aquí, en el Albaicín; es todo lo que tenemos. Levantemos barricadas y organicémonos como podamos.
—¿Y el Sacromonte?—preguntó alguien de la multitud—Si nos hacemos fuertes en el Sacromonte podríamos usar la Alhambra como fortaleza.
Se oyeron murmullos de aprobación.
—¡No, compañeros!—gritó otro delegado de la CNT, el que acababa de informar a Sánchez—¡Los fascistas ya están en la Alhambra! ¡Sólo quedamos nosotros!
—¡Pues si sólo quedamos nosotros, por nuestros cojones que los fascistas no van a pasar!—gritó un hombre. Era uno de los republicanos que habían venido desde Jaén a por dinamita, una vez sofocado allí el golpe de Estado, y se habían encontrado con una situación bastante peor en Granada.
La multitud aplaudió y comenzó a gritar algunas consignas; cada una de un color, aunque todas tenían en común el odio al fascismo. Miguel observó con estupor la situación, limitándose a aplaudir un poco. Tenía 16 años y aquello, definitivamente, le superaba.
Granada, año 2431.
Una vez localizados los huesos, el grupo empezó a preparar los droidexcavadores.
—Siendo usted una revivida, ¿no conocerá…?—preguntó, sin mucho tacto, el excavador.
—¿Eh? Oh, eh, sí. Sí, mi bisabuelo luchó en la Guerra Civil. Murió cuando yo tenía 11 años, pero recuerdo que me contaba algunas historias.
—Vaya. ¿Luchó aquí…?—el excavador señaló vagamente la parcela de tierra en la que estaban los huesos.
—No. No, en Reus. Él era de Reus.
—¿Reus…?
—Eh, es una ciudad de Catalunya. En la Guerra Civil todavía era parte de España.
—Ah, claro.
El excavador sacó un vapeador e inhaló una profunda calada. Inés hizo una seña al holograbador para que enfocara mejor el despliegue de los droidexcavadores, que por fin fueron liberados.
Tenían forma de esfera pero, al caer en la tierra, comenzaron a girar sobre sí mismos al tiempo que desplegaban un mar de cuchillas y palas moviéndose tan rápido que la vista de Inés baremente podía captarlos (por suerte, su holograbador sí; y aquella secuencia quedaría muy bien en un primer plano a cámara lenta). El nivel de tierra comenzó a descender rápidamente.
Granada, año 1936.
A la tarde del segundo día de asedio del Albaicín, Miguel se detuvo a descansar, agotado. Había dormido dos ratos de hora y media, aproximadamente; el resto del tiempo había estado ayudando a levantar barricadas y llevando suministros de un lugar para otro.
Sánchez se le acercó. Había sido uno de los que más había estado coordinando la defensa.
—Eh, compañero—le dijo—. ¿Estás bien?
—Sí. Sí, claro.
—Descansa un poco; has trabajado muy duro, y eres muy joven. ¿Dónde están tus padres?
—Mi padre es de UGT. Mi madre, feminista. Si no han vuelto a casa, es que los fascistas ya les tienen.
—Joder.
Sánchez permaneció unos segundos en un silencio tenso, acariciándose la barba. Finalmente, se llevó la mano al cinturón, sacó una pistola y se la tendió a Miguel.
—Toma. Para que puedas vengarlos.
Granada, año 2341.
—¿Y pagan bien por ese trabajo?
Inés intentaba probar suerte con otros excavadores. Éste otro parecía más amable, y estaba respondiendo con naturalidad sus preguntas mientras los droidexcavadores hacían su trabajo.
—Sí, si los resultados son buenos sacaremos unas 3000 criptonedas por cabeza, sin contar el mantenimiento del equipo, los escáneres de neutrinos y los droidexcavadores. Pero al final dividimos a partes iguales y quedarán casi 2800 criptonedas para cada uno…
—¿Qué hará con ellas?
—Bueno, aparte de los gastos mensuales… ya sabe, la hipoteca y recargar la impresora 3D… tenía pensado purchar un neurojuego de acción. El Dark Crusader III, ya sabe, inspirado en la Edad Media y eso pero con hechiceros.
—Claro. Muchas gracias.
Inés se alejó paseando del excavador mientras hablaba a su holograbador, consciente de que parte del público de TVR acababa de despertar de la criogenización y estaba familiarizado con otros conceptos de videojuegos.
—Los videojuegos actualmente son muy distintos a como eran en el siglo XXI, y se dividen en holojuegos y neurojuegos. Los holojuegos funcionan de manera más parecida, como una especie de videojuegos con tecnología de holovisión, pero los neurojuegos son más complejos: se conectan directamente con el CRAV, el Chip de Realidad Aumentada y Virtual que el 65% de la población tiene implantado en la nuca.
Los droidexcavadores empezaron a disminuir su ritmo y aumentar la precisión, ya que estaban llegando a la zona con huesos y no debían dañarlos por error. Inés aprovechaba para continuar su explicación.
—El CRAV conecta directamente con el cerebro, de tal forma que tiene un control casi absoluto sobre los cinco sentidos, y puede transmitirles información tan real como la vida misma. Naturalmente, hay algunos límites legales: por ejemplo, el límite de dolor, que varía según cada país, pero normalmente es ilegal ejercer a través del CRAV un dolor superior al 5 % de lo que pueden captar los sentidos humanos, salvo excepciones como interrogatorios a terroristas. De esta forma, un neurojuego puede hacer que realmente te sientas en la Edad Media con todos los detalles: todo lo que ves, lo que oyes, lo que hueles, lo que saboreas y sientes es indistinguible de la realidad, lo que proporciona una experiencia con un nivel de inmersión con el que cualquier gamer del siglo XXI lloraría de felicidad. De hecho, los neurogamers suelen preferir que los enemigos, al atacar a su personaje, produzcan cierto daño, aunque, como decíamos, legalmente no puede superar el 5% del dolor que puede percibir una persona y, de hecho, la mayoría de neurojuegos tienen su límite en un 3%. El CRAV es uno de los elementos que más nos suele sorprender a la gente que revivimos, por sus inmensas posibilidades; el neuroporno es uno de los mercados que más dinero mueve en el mundo, ya que ofrece una experiencia indistinguible del mundo real pero con la ventaja de poder elegir parejas más atractivas y más complacientes. De ahí que mucha gente prefiera el neuroporno a las antiguas relaciones, lo que explica por qué la tasa de natalidad ha descendido tanto. Por supuesto, tanto el CRAV como cualquier neurojuego o neuroporno son muy caros. Un neurojuego puede costar unas 3500 criptonedas, casi 9 veces el salario mínimo; por eso, mucha gente no puede acceder a ellos y la gran mayoría tiene que ahorrar durante varios meses.
Los droidexcavadores parecían ir aislando los primeros huesos.
Granada, año 1936.
—¿No te irás? Siendo mujer, tienes posibilidad de que te perdonen.
—Que me vayan a dejar viva no significa que me vayan a perdonar. Son fascistas. ¿Sabes lo que hacen con las mujeres?
—Lo imagino, compañera, lo imagino.
Era el tercer día de asedio del Albaicín. Los sublevados habían anunciado por Radio Granada un alto al fuego durante tres horas, para que los atrincherados consideraran la posibilidad de rendirse, y las mujeres y los niños pudieran salir y ponerse a salvo. Efectivamente, muchas mujeres y niños se habían ido, pero otras, como Verónica, prefirieron quedarse allí.
Sánchez suspiró, liándose uno de los últimos cigarrillos que quedaban.
—Estamos totalmente aislados del exterior. Aún si en el resto de Andalucía derrotan a los golpistas, es poco probable que vengan aquí a ayudarnos en los próximos días, y no resistiremos más de unos días. Pero tenemos que pensarlo fríamente: en el mejor de los casos, vendrán a ayudarnos y derrotaremos a los fascistas. En el peor de los casos, caeremos llevándonos por delante a todos los fascistas que podamos. Al menos mataremos a unos cuantos, y que se enteren ya de que no hay un Cielo en el que un señor con barbas les vaya a recompensar por su cruzada.
Miguel miraba a uno y otro lado, tratando de seguir una conversación que aún no estaba preparado para asimilar. ¿Iba a morir allí? Los demás parecían decididos.
Se fijó en Verónica. Era una mujer de unos 25 años, piel curtida por el sol y pelo moreno cortado un poco por encima del hombro. Su camisa estaba manchada de barro de haber ayudado con las barricadas, y llevaba un fusil a la espalda. Miguel la conocía de vista, de verla por la calle; y nunca la habría imaginado así. Era curioso ver a vecinos de toda la vida, a los que siempre veía en condiciones tan… normales, metidos ahora en un combate a vida o muerte.
La tregua terminó. Un silbido surcó el cielo, trayendo consigo una bomba que explotó contra un edificio. A unas manzanas de distancia, otra bomba caía sobre un tejado, y una tercera en la calle, matando –esta vez sí- a varios republicanos.
—¡Cuidado!—gritó Sánchez, empujando a Miguel.
Una oleada de escombros cayó en el sitio en el que había estado el joven. La bomba le había paralizado y ni se había dado cuenta del derrumbamiento que iba a provocar. El sindicalista se sacudió el polvo de la ropa.
—Venga, que queda mucho combate por delante.
Granada, año 2341.
Conforme los droidexcavadores iban aislando los restos, los excavadores fueron upiéndolos a la superficie. Inés se aseguró de que el holograbador captara todo bien. Algunos del equipo se centraron en una techmáquina que no habían necesitado hasta ahora.
—Ahora tenemos que usar el logaritmo—explicó une excavadore que no parecía tener un género binario, tocando las holopantallas.
—¿En qué consiste?—preguntó Inés.
—La ICC—Inés tomó nota de que tendría que añadir un fragmento explicando al público de TVR qué era una Inteligencia Calculadora Cuántica—trabaja con una ingente cantidad de datos, que incluye registros y testimonios de la época, partidas de bautizos, datos demográficos, ADN de descendientes... Mezclando todos esos datos puede calcular de forma casi exacta a quién pertenece cada hueso, y así identificaremos correctamente los restos y esto nos helpará a reconstruir lo que pasó aquí. Mira, ya está arrojando results. Esos restos son de Fernando Sánchez, un delegado del sindicato anarquista CNT.
Granada, año 1936.
A la tarde del cuarto día, la resistencia había sido diezmada por los bombardeos. Sánchez, Verónica y Miguel se encontraban a cubierto tras un muro. Probablemente no eran los únicos que quedaban con vida; pero, desde luego, no podían ver a los demás. Caída la noche, los fascistas entraron en el Albaicín a pie. La única posibilidad de quienes quedaban era aprovechar la oscuridad para tenderles una emboscada.
—Aquí vienen…—susurró Sánchez cargando su fusil.
Salió tras el muro y disparó una vez, dos, tres. Una lluvia de balas le contestó desde el otro lado, tirándole al suelo herido de muerte.
—Muerte al fascismo, y que viva la anarquía—susurró antes de toser un borbotón de sangre y quedar muerto en el sitio.
Desde donde estaba, oculto para los fascistas, Miguel derramó una lágrima, más de terror que de pena por un hombre al que, al fin y al cabo, había conocido hace apenas tres días. Vio a los sublevados avanzando hacia el cadáver de Sánchez. Le iban a descubrir. Se giró para ver la reacción de Verónica, pero ésta había desaparecido sin dejar rastro.
—No puede ser—susurró.
Sí pudo, pero la desaparición era una noticia mucho mejor de lo que Miguel esperaba, considerando que se debía a que Verónica había aprovechado la distracción provocada por Sánchez para escabullirse hasta las ruinas de un edificio más alto, desde donde tiró una granada de mano contra el grupo de militares.
El artefacto explotó llevándose al instante la vida de uno de los sublevados, y buena parte del cuerpo de otros tres. Dos de ellos salieron despedidos, otro directamente había perdido las piernas. Estaba en el suelo, empapado en sangre, llorando y tratando de rezar a un dios entre cuyos mandamientos estaba un “no matarás” que él no había cumplido correctamente.
Verónica apuntó con un fusil y remató a los dos heridos leves y al único que no parecía haber sido afectado por la explosión. Al que había perdido las piernas lo dejó desangrándose en el suelo. Cinco fascistas menos.
Naturalmente, las razones para alegrarse no duraron mucho. Atraídos por la explosión, otros grupos de fascistas empezaron a llegar; Verónica disparó contra ellos y llegó a herir a otros dos soldados antes de caer acribillada.
—Maldita zorra roja—gruñó un teniente, para inmediatamente después, escupir sobre su cadáver—. ¿Y qué tenemos aquí?
Miguel se dio cuenta que desde aquel ángulo sí había sido descubierto. El teniente le había visto: acurrucado y tembloroso, un muchacho de 16 años que apenas aparentaba 14. No le había visto, desde luego, como una amenaza.
—Levanta, chaval—ordenó el teniente—. Cuéntanos lo que ha pasado.
Miguel titubeó.
—Venga, joder. Creéme, no merece la pena morir por la República.
—No por la República—murmuró Miguel sacando la pistola que Sánchez le había dado—. Por mis padres.
Y disparó una sola vez contra la cabeza del teniente sublevado, matándole al instante. El resto de militares reaccionaron un segundo tarde y le acribillaron un segundo después. El joven murió desangrado en el suelo.
Granada, año 2341.
—Éste debe de ser Miguel de la Fuente…—continuó le excavadore—Y ésta, Verónica Carmona. Bien.
El holograbador de Inés zumbaba alrededor; ya estaba terminando el reportaje.
—Una última pregunta—dijo la periodista—. ¿Cómo os sentís respecto a esto? ¿Creéis que recuperar los restos ayudará a sus descendientes a cerrar heridas familiares?
—¿Cerrar heridas familiares?—le excavadore miró a Inés, perpleje.
—Sí, bueno, eso es lo que pretendíais, ¿no? Dar un cierre a este capítulo de la historia de España…
—No, debe de haber algún error. Pensaba que ya te habían informado cuando viniste a cubrir el holoportaje aquí—explicó le excavadore—. Quien nos ha contratado es NPD, NeuroPlaysDreams. Lo que quieren es información detallada para reconstruir lo que pasó aquí y hacer un neurojuego sobre la Guerra Civil Española. Los neurojuegos mueven mucho dinero, ¿sabes? Y la gente que los juega quiere que sean los más realistas posibles. La idea es que en esta misión, el jugador maneje a uno de los republicanos atrincherados en el Albaicín.
—Oh. Pensé que… bueno, como llevaban siglos sin identificar…
—Precisamente por eso, a nadie le importan ya—se encogió de hombros—. Si no nos subvenciona una compañía de neurojuegos, no sé quién iba a hacerlo. El Gobierno, desde luego no. En los últimos cuatro siglos, poca gente ha estado realmente interesada en “cerrar heridas”… si a la gente le importa la historia, es por entretenimiento.
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