“No
vamos a discutir, pero ya es casualidad / que la izquierda y la derecha en esto
son igual.” Así definía Evaristo Páramos la obligación de usar lenguaje
políticamente correcto.
Igual
es un poco exagerado, pero bueno, sí es verdad que hay cierta presión desde la
izquierda sobre esto, especialmente en los insultos. Y es que los insultos se
basan en figuras perseguidas por la cultura dominante; y, como bien decían Marx
y Engels hace ya muchos años, la cultura dominante será siempre la cultura
propia de la clase dominante.
Con el
paso de los años, personalmente, he conseguido dejar de usar “maricón” como un
insulto. Como soy un poco narcisista, estoy bastante orgulloso, porque creo que
no es fácil dejar de usar una palabra que tienes grabada como insulto en el
inconsciente desde niño. Especialmente como insulto. Porque insultar es casi un
acto reflejo, algo en lo que normalmente no hay que pensar mucho y en lo que,
por tanto, es fácil recurrir al inconsciente.
Y me
parece bien haberlo hecho. No creo que ser maricón sea algo malo, así que no
puede ser un insulto; usarlo como tal es una expresión de homofobia. De hecho,
este cambio tiene además dos caras, y ésta no me la esperaba tanto, pero
resulta que ha acabado por no ofenderme absolutamente nada que me llamen
maricón. No pensaba que llegaría tan lejos, pero sí, he conseguido excluir
totalmente la palabra “maricón” de mis ideas subconscientes de insultos, de
forma que básicamente llamarme “maricón” es como llamarme “bolígrafo” o
“patata”.
Pero,
ah, hay insultos que no es tan fácil eliminar. Por ejemplo, “hijo de puta”. Y
es que es el insulto por excelencia, éste sí que está grabado a fuego en mi
inconsciente. En este caso, lo que demuestra es cierto machismo, ya que no hay
nada de malo en ser hijo de una puta. Hay muchas madres cariñosas en el mundo
que se ven en la necesidad de prostituirse para poder alimentar a sus hijos, y
no creo que de ahí se pueda sacar un insulto.
Desde
la izquierda, hay quien intenta, y me parece buena idea, sustituir la palabra
“puta” por alguna que sea realmente ofensiva. Últimamente veo mucho a gente
diciendo “hijos de Aguirre”, por ejemplo, en honor a nuestra queridísima Espe.
Pero, ¿de verdad es posible transmitir insultos como éste al total de la
sociedad, y que se acostumbren a usarlos? ¿Hay alguna posibilidad, en serio, de
ganar?
Antes
de contestar a esta pregunta, viajemos al pasado. ¿Qué significan algunos de
los insultos que hoy usamos? “Villano”, por ejemplo, significa “el que vive en
una villa”. Esto es porque para la Iglesia, la gente que vivía en villas eran
malvados paganos. “Idiota” significa “el que no participa en la política” (hoy
en día hay muchos). “Cabrón” y “cornudo”, que igual también deberíamos eliminar
de nuestro vocabulario, vienen del hecho de que la cabra se aparea con todos
los cabrones del rebaño. “Imbécil” parece venir de “imbaculum”, de quien
necesita un bastón para andar. “Canalla” y “canijo” vienen ambos de “can”,
perro. “Estúpido” tiene la misma raíz que “estupefacto” o “estupendo”: y es que
originalmente no era un insulto, “estúpido” se refería con connotación positiva
a quien se quedaba asombrado.
Parece,
pues, que todos los insultos tienen orígenes bastante absurdos. Y lo bueno es
que, al no conocerlos, nadie se da por aludido. La cuestión es, ¿sería posible
que “hijo de puta” algún día engrosara esta lista? ¿Que se siguiera usando como
un insulto, pero desde una perspectiva de respeto absoluto a quienes ejercen la
prostitución? Lo veo difícil, muy difícil. Pero también es difícil convencer a
todo el mundo de no decir “hijo de puta”. No sé. No parece haber una solución
clara a este enigma.
Por
cierto, para rematar la curiosidad, antiguamente “¡hideputa!” era una expresión
de sorpresa, como podría serlo ahora “¡coño!”, y continuó evolucionando,
refiriéndose incluso a personas pero sin que tuviera siempre una connotación
negativa, como de hecho, no la tiene en algunas zonas de Andalucía, por
ejemplo. Miguel de Cervantes lo explica bastante bien:
-Digo -respondió Sancho-, que confieso que conozco que no es
deshonra llamar hijo de puta a nadie, cuando cae debajo del entendimiento de
alabarle.
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