miércoles, 9 de octubre de 2019

La incorrección del lenguaje

Rescato un artículo que publiqué en Nueva Revolución hace ya tiempo.



“No vamos a discutir, pero ya es casualidad / que la izquierda y la derecha en esto son igual.” Así definía Evaristo Páramos la obligación de usar lenguaje políticamente correcto.

Igual es un poco exagerado, pero bueno, sí es verdad que hay cierta presión desde la izquierda sobre esto, especialmente en los insultos. Y es que los insultos se basan en figuras perseguidas por la cultura dominante; y, como bien decían Marx y Engels hace ya muchos años, la cultura dominante será siempre la cultura propia de la clase dominante.

Con el paso de los años, personalmente, he conseguido dejar de usar “maricón” como un insulto. Como soy un poco narcisista, estoy bastante orgulloso, porque creo que no es fácil dejar de usar una palabra que tienes grabada como insulto en el inconsciente desde niño. Especialmente como insulto. Porque insultar es casi un acto reflejo, algo en lo que normalmente no hay que pensar mucho y en lo que, por tanto, es fácil recurrir al inconsciente.

Y me parece bien haberlo hecho. No creo que ser maricón sea algo malo, así que no puede ser un insulto; usarlo como tal es una expresión de homofobia. De hecho, este cambio tiene además dos caras, y ésta no me la esperaba tanto, pero resulta que ha acabado por no ofenderme absolutamente nada que me llamen maricón. No pensaba que llegaría tan lejos, pero sí, he conseguido excluir totalmente la palabra “maricón” de mis ideas subconscientes de insultos, de forma que básicamente llamarme “maricón” es como llamarme “bolígrafo” o “patata”.

Pero, ah, hay insultos que no es tan fácil eliminar. Por ejemplo, “hijo de puta”. Y es que es el insulto por excelencia, éste sí que está grabado a fuego en mi inconsciente. En este caso, lo que demuestra es cierto machismo, ya que no hay nada de malo en ser hijo de una puta. Hay muchas madres cariñosas en el mundo que se ven en la necesidad de prostituirse para poder alimentar a sus hijos, y no creo que de ahí se pueda sacar un insulto.

Desde la izquierda, hay quien intenta, y me parece buena idea, sustituir la palabra “puta” por alguna que sea realmente ofensiva. Últimamente veo mucho a gente diciendo “hijos de Aguirre”, por ejemplo, en honor a nuestra queridísima Espe. Pero, ¿de verdad es posible transmitir insultos como éste al total de la sociedad, y que se acostumbren a usarlos? ¿Hay alguna posibilidad, en serio, de ganar?

Antes de contestar a esta pregunta, viajemos al pasado. ¿Qué significan algunos de los insultos que hoy usamos? “Villano”, por ejemplo, significa “el que vive en una villa”. Esto es porque para la Iglesia, la gente que vivía en villas eran malvados paganos. “Idiota” significa “el que no participa en la política” (hoy en día hay muchos). “Cabrón” y “cornudo”, que igual también deberíamos eliminar de nuestro vocabulario, vienen del hecho de que la cabra se aparea con todos los cabrones del rebaño. “Imbécil” parece venir de “imbaculum”, de quien necesita un bastón para andar. “Canalla” y “canijo” vienen ambos de “can”, perro. “Estúpido” tiene la misma raíz que “estupefacto” o “estupendo”: y es que originalmente no era un insulto, “estúpido” se refería con connotación positiva a quien se quedaba asombrado.

Parece, pues, que todos los insultos tienen orígenes bastante absurdos. Y lo bueno es que, al no conocerlos, nadie se da por aludido. La cuestión es, ¿sería posible que “hijo de puta” algún día engrosara esta lista? ¿Que se siguiera usando como un insulto, pero desde una perspectiva de respeto absoluto a quienes ejercen la prostitución? Lo veo difícil, muy difícil. Pero también es difícil convencer a todo el mundo de no decir “hijo de puta”. No sé. No parece haber una solución clara a este enigma.

Por cierto, para rematar la curiosidad, antiguamente “¡hideputa!” era una expresión de sorpresa, como podría serlo ahora “¡coño!”, y continuó evolucionando, refiriéndose incluso a personas pero sin que tuviera siempre una connotación negativa, como de hecho, no la tiene en algunas zonas de Andalucía, por ejemplo. Miguel de Cervantes lo explica bastante bien:

-Digo -respondió Sancho-, que confieso que conozco que no es deshonra llamar hijo de puta a nadie, cuando cae debajo del entendimiento de alabarle.

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