Me apetecía reflexionar sobre las lenguas y las ventajas que
tienen una sobre otra. No desde un punto de vista auditivo: me encanta cómo
suena el latín en general, el romanticismo del francés, la autoridad del
alemán, ese toque del japonés o lo perroflauta que queda corear lemas en
euskera en una manifestación. Pero quería centrarme más en las lenguas desde el
punto de vista de la ideología.
Porque, según lo veo yo, cada lengua tiene su ideología. Y
puede ser difícil escapar de ella. Poco puedo decir de la alienación después de
que Orwell diseñara excelentemente su neolengua, pero algunos ejemplos que se
me ocurren:
-El género en todos los adjetivos y determinantes. En castellano,
por ejemplo. En un principio, puede parecer una ventaja, dado que concreta más
información sobre la persona de la que hables, pero le veo varias pegas.
La primera es que elimina la posilbidad de un género neutro
(y ya lo decía Trainspotting, “dentro de 1000 años no habrá tíos ni tías”…).
La segunda es como recurso narrativo, usado ocasionalmente
en algunas obras en un idioma que no tenga esta lacra, como el inglés: la
típica escena de “¿la asesina es una mujer?” y semejantes; si se distingue el género
desde el principio se pierde el elemento sorpresa en estos casos.
La tercera, y probablamente la más importante, tiene sobre
todo que ver con el género musical y la posibilidad de identificarse con las
letras… me atrevería a decir que el poder identificarse con la letra de una
canción independientemente de tu género es uno de los motivos por los que la
música en inglés es la más escuchada.
-El inglés tiene ventaja en esto último, pero, como señala
Grant Morrison, el hecho de que el verbo “ser” y “estar” sean el mismo diluye
la identidad en cierto punto. Inconscientemente, se reduce la individualidad a
un estado momentáneo: estar cansado, estar feliz o estar triste se convierten
en lo que eres.
Son sutiles diferencias que parecen incorregibles, pero
marcan ciertas cosas. Caso aparte son los grandes cambios, como la falta de
tiempos verbales en algunas lenguas aborígenes, que condicionan completamente
la percepción del tiempo.
Incluso, de la misma forma que el concepto del tiempo se
difumina, si no desaparece completamente, ante la ausencia de lenguaje para
referirse a él –al igual que la individualidad sin el concepto del yo, veáse un
bebé- quizás aún seguimos teniendo lenguas incompletas que no nos permiten
entender conceptos fundamentales. El tiempo lo dirá.
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