miércoles, 7 de octubre de 2020

El Espejo de los Tiempos

 Relato que publiqué originalmente en Wattpad, mezclando personajes populares.


Elric de Melniboné se incorporó a duras penas. No recordaba nada. ¿Cómo había llegado allí? Llevaba una coraza de una pieza, cota de mallas por debajo y botas de cuero, todo ello negro; al cinto, su espada, la Portadora de Tormentas. Es decir, llevaba su ropa; pero también una especie de casco sujeto en torno a su cuello, con un extremo cerca de la boca y el otro descansando en su oreja.

-¿Qué… qué es esto?

El monarca de Melniboné oyó esta frase salir de su casco, al mismo tiempo que oía una voz en una lengua extranjera, junto a él.

Aún aturdido, se giró. Estaba en una especie de cueva tallada en lo que parecía rubí. A su izquierda había un hombre incorporándose: pelo oscuro recogido en trenzas, un traje de pieles cosido con técnicas elaboradas, un arco y un carcaj, además de otro extraño arma, a la espalda. Era el que había pronunciado aquella frase en algún idioma que Elric no conocía.

Más a la izquierda, había otra figura envuelta en una armadura de bambú tallado, el rostro cubierto por una máscara demoníaca. A la derecha de Elric, un hombre con una larga y espesa barba negra, cubierto por una capa, se levantaba ajustándose el sombrero.

Elric llevó instintivamente su mano a la empuñadura de Tormentosa, mientras intentaba procesar la información lo más rápido posible: los cuatro parecían estar en la misma situación, igualmente confusos. Hablaban en distintas lenguas, pero tenían cascos idénticos en torno a su cuello. Cada vez que alguno de ellos hablaba, Elric oía una frase en su lengua natal brotando de su casco. Dedujo rápidamente que el casco tenía algún tipo de encantamiento que traducía al instante lo que decían los demás.

-¿Quiénes sois? Identificaos-dijo la figura con armadura, desenvainando una espada curvada que sujetó con las dos manos. Elric notó, por su voz, que era una mujer.

-Baja el arma-respondió él, confiando en que aquellos extraños cascos traducirían sus palabras a la lengua de la mujer-. No hay razón para…

-Vuestras preguntas serán respondidas-dijo entonces otra voz, brotando a la vez de los cuatro cascos, pero sin corresponderse con ninguno de los presentes.

Los cuatro miraron a su alrededor, algunos manteniendo las manos cerca de sus armas.

-Elric de Melniboné, Winnetou, Tomoe Gozen, Edward Thatch. Como encarnaciones del Campeón Eterno, habéis sido convocados desde mundos distintos.

Los cuatro guerreros estaban perplejos, aunque Elric , al fin y al cabo, ligeramente menos. Después de todo, no era la primera vez que vivía una situación similar. Sin embargo, sabía que éstas tendían a olvidarse o confundirse con sueños.

-Nuestros enemigos tienen el Espejo de los Tiempos, una valiosa reliquia que no puede quedar en sus manos-continuó la voz-. Ellos parasitan mentes y cuerpos, pero vosotros sois guerreros libres. Vosotros podéis equilibrar la balanza. Buscad el Espejo de los Tiempos en el centro del volcán.

Hubo unos breves segundos de silencio después de que la voz callara; no era fácil adaptarse a una situación así.

-Esto debe de ser un sueño-murmuró Tomoe Gozen.

-Tanto mejor-concluyó Elric, tratando de reconducir la situación en base a su experiencia-. Cumplamos con el objetivo que nos han asignado, antes despertaremos y seguiremos con nuestras respectivas vidas.

-No parece que tengamos más remedio-coincidió Thatch con un gruñido.

A regañadientes, los cuatro fueron siguiendo la claridad del día para salir de la cueva tallada de rubí. Comprobaron que se hallaban en una cordillera formada por roca oscura, volcánica. El sol iluminaba tímidamente los montes, desnudos salvo por algunas trazas de nieve en las zonas más sombrías. A lo lejos, una columna de humo no muy densa se elevaba sobre el horizonte; debía de ser el único volcán activo de la zona.

Emprendieron la marcha. Todo seguía sintiéndose raro, como en una especie de sueño lúcido. Tuvieron ocasión de hablar entre ellos, aunque no hubiera mucho que decir.

-Eres inglés, ¿no es cierto?-preguntó Winnetou a Thatch, rompiendo el hielo.

-Supongo que sí. ¿Puedes hablar mi idioma? Entonces mis sospechas también eran ciertas, veo que eres un nativo americano, aunque pareces muy bien equipado.

-Habláis de lugares de los que he oído hablar antes-intervino Tomoe Gozen-. ¿Cómo es posible esto, si venimos de distintos mundos?

-Algunos mundos son muy distintas entre sí; otros, más cercanos-intentó aclarar Elric desde su experiencia-. Es posible que vosotros tres vengáis de sitios cercanos y que haya lugares con el mismo nombre y las mismas características en vuestros mundos. A veces, incluso, dos versiones de la misma persona pueden vivir en mundos distintos.

-Eso es… interesante. ¿Habrá alguna versión de mí que sea un clérigo llevando una vida monástica, absteniéndose de todo placer y violencia?-dijo Thatch, soltando una carcajada ante la idea.

Aunque la distancia que les separaba del volcán era aparentemente grande, el viaje se les hizo corto; como en los sueños, cuando se va de un lugar a otro sin reparar apenas en el camino. Antes de darse cuenta, ya estaban asomados a la cima de un montículo cerca del volcán.

Éste se erguía en una playa de arena negra, sin duda originada a partir de la piedra que tanto abundaba allí. Las olas de un mar que parecía infinito, cubierto por neblina, bañaban dicha playa.

Cerca de la playa, bajo la silueta del imponente volcán, se erguía un pequeño asentamiento. Las chozas de madera y paja se agolpaban unas contra otras para protegerse del viento. Extrañamente, no había barcas a la vista; ¿qué propósito tenía entonces erguir un asentamiento junto al mar? Aunque no se las distinguía con detalle, se podían ver personas moviéndose.

-¿Son los enemigos de los que hemos sido advertidos?-preguntó Winnetou, escudriñándoles.

-Será más sensato asumir que sí-dijo la samurái-. Acerquémonos cuanto podamos sin ser vistos. Asumamos también que podrían tener vigías cerca.

Los cuatro parecían estar de acuerdo en la estrategia a seguir, de modo que se movieron tratando de mantenerse fuera de la vista del asentamiento. Conforme iban rodeando el volcán, antes de que se perdiera de vista, tuvieron la oportunidad de ver más de cerca aquel pequeño conjunto de chozas.

-Parece un asentamiento vikingo-opinó Thatch. Winnetou y Gozen asintieron.

-¿Son alguna variedad de guerreros de los mundos de los que provenís?-preguntó Elric.

-Lo parecen, al menos-confirmó Winnetou-. Si es así, es una buena noticia. Son bastante primitivos, no deberían ser una amenaza enorme salvo que nos superen en número ampliamente.

-Y parece que así va a ser-dijo Gozen, señalando con la cabeza a su derecha al tiempo que preparaba su arco y sacaba una flecha del carcaj.

Los demás lo vieron entonces. Un vigía solitario, apostado tras las rocas del saliente de una montaña cercana. Sin ninguna duda, les había visto. El grito de alarma no tardó en llegar: segundos después, una certera flecha disparada por la samurái alcanzó a su enemigo y le silenció.

-Si nos desplazamos rápido, podemos entrar al volcán antes de que nos vean-opinó Elric, encabezando el grupo. Los demás asintieron en silencio y continuaron subiendo, enfilando ya la ladera del volcán. Aunque el resto de sus enemigos hubiera oído el grito de alarma, no podía verles desde aquel ángulo: tardarían un rato en encontrarles.

Una niebla no muy espesa recorría los desfiladeros; un sol frío, cuya luz apenas se notaba tibia, iluminaba la roca negra. El paisaje seguía pareciendo onírico en algún aspecto que no podían determinar. Sus perseguidores no se podían ver u oír desde allí, pero estarían cerca. Pronto, dejarían de estar en un ángulo muerto.

-Tenemos que pensar cómo lo vamos a hacer. Cuando descendamos al interior del volcán, seremos presa fácil.

-En el mar no pasan estas cosas-murmuró Thatch.

-Pero no tardaríamos mucho en coger el espejo…

-Si Thatch y yo bajamos rápido, ¿podéis cubrirnos?-propuso Elric-Sólo tenéis que retrasarlos un poco. Estaremos de vuelta pronto.

Winnetou y Gozen asintieron, y prepararon sus arcos; parecía lo más lógico. Los otros dos guerreros comenzaron a descender al interior del volcán.

La samurái y el apache quedaron sentados en sendas rocas en el borde. Ninguno de los dos era muy hablador; simplemente esperaban a que sus enemigos apareciesen en su campo visual. Cuando Elric de Melniboné y Edward Thatch llevaban recorridas unas tres cuartas partes de la escarpada cara interior, comenzaron a aparecer a lo lejos.

Las flechas empezaron a surcar el cielo, clavándose en sus enemigos. Los dos arqueros se sentían extraños, atacando a alguien que ni siquiera sabían quién era; ésa era una de las principales razones por las que parecía que estaban en un sueño. Hacían las cosas sin apenas cuestionarlas, como si no fueran del todo conscientes de la realidad ni de sus actos. Lo que también notaron es que, a menudo, sus enemigos tardaban en caer: aquellos vikingos que avanzaban implacables hacia ellos, a veces recibían un flechazo en pleno pecho y seguían avanzando como si nada, con la flecha clavada. Los impactos en la cabeza sí parecían matarles al instante.

Mientras tanto, los otros dos guerreros llegaron al centro del volcán. El suelo bajo sus pies estaba muy caliente, y se hacía difícil respirar; al menos, no había  lava. Un cofre de madera labrada con extraños signos, cerrado con un candado, reposaba allí, casi como esperándoles.

-Yo lo abro-dijo Thatch, sacando una pesada pistola de la solapa de su abrigo.

Elric se quedó mirando aquel extraño artefacto y se sobresaltó un poco por el estruendo del disparo. El candado cayó al suelo destrozado.

-Es un ingenio útil-alabó el monarca de Melniboné, arrodillándose para abrir el cofre.

Extrajo un pequeño espejo con un marco de madera labrada de forma similar al cofre. No parecía tener nada especial, pero aquel debía de ser el Espejo de los Tiempos.

Arriba, Winnetou y Tomoe Gozen trataban de mantener a raya a la horda de vikingos que avanzaba hacia ellos. Ya se habían acercado lo suficiente como para distinguirles mejor: la mayoría llevaban ropas de lana o cuero, empuñaban hachas o lanzas como armas, y portaban también escudos circulares de maderas. Tenían la piel extremadamente pálida.

-¿Cómo resisten tanto?-murmuró Winnetou, confuso-No lo entiendo…

Los vikingos continuaban avanzando sobre los cuerpos inertes de sus compañeros caídos, sus movimientos erráticos, sin ningún temor a las flechas. Algunos empezaron a asomar por el lado opuesto del volcán. Desde ahí podrían atacar a Elric y Thatch: eran la amenaza más inmediata, por tanto.

-Espero que ese ingenio tuyo también funcione con ellos-comentó Elric, señalando a sus enemigos con la cabeza, mientras comenzaban el camino de vuelta subiendo por la ladera.

-Claro. Pero espera un poco, tengo que prepararme para la ocasión…

El monarca de Melniboné iba subiendo por delante, el Espejo de los Tiempos bajo su brazo, y no se giró para ver a qué se refería su compañero. De haberlo hecho, habría visto el proceso para ir encendiendo las mechas ocultas en su espesa barba negra. Pero, para cuando se giró, ya estaba totalmente encendida: el pirata refulgía en mitad del humo que salía de su barba, como una estampa infernal tan aterradora que se llegaba a comprender por qué el nombre de Barbanegra era temido en los siete mares de su mundo.

Entre tanto, en la cima del volcán, el apache y la samurái se veían rodeados de vikingos, cada vez más cerca, y empezaron a entender por qué tardaban tanto en caer. De piel olivada, rodeados por una pequeña nube de moscas, con movimientos erráticos que casi parecían espasmos y los ojos en blanco, sus enemigos parecían cadáveres en descomposición. Eran, más bien, cadáveres en descomposición, reanimados por algún tipo de conjuro siniestro.

Dentro de haber despertado repentinamente en una cueva tallada en rubí, junto a guerreros de otros mundos y oyendo voces que les habían encomendado una extraña misión, aceptaron la lógica de esto y continuaron luchando.

Subiendo por el borde interior, Thatch comenzó a disparar con su pistola. Él también empezó a notar que los vikingos no caían al primer impacto, al contrario de lo que dictaba la lógica. Elric, por su parte, no pudiendo atacar a distancia, sólo trataba de subir el Espejo de los Tiempos lo antes posible y llegar a cubrir a Winnetou y Gozen.

Un flechazo alcanzó a la samurái en su armadura, pero no la traspasó, por suerte.

-¡Cuidado con ellos!-avisó a gritos-¡No caen fácilmente!

Elric, espada en mano, llegó por fin a donde sus compañeros. Los vikingos ya les rodeaban y pudo ver su pútrido aspecto.

-Magia negra-susurró-. Pero no son rivales para Tormentosa.

Blandiendo la poderosa espada, sedienta de una sangre que no podría encontrar en las venas vacías de sus enemigos, se abrió paso entre las hordas de vikingos.

Por detrás, Barbanegra continuaba disparando, llegando ya a donde ellos. Cuando estuvo lo bastante cerca, desenvainó también su sable. Sable en una mano, pistola en la otra, su barba humeando, el demonio del mar apareció como un valioso refuerzo para los acorralados Elric, Winnetou y Gozen.

No obstante, la resistencia sobrenatural de los vikingos suponía un problema serio: y continuaban apareciendo más a un ritmo algo más rápido del que caían, de modo que los cuatro guerreros estaban cada vez más acorralados.

Winnetou y Gozen tuvieron que desistir ya del uso de arco y flechas; el primero empuñó su tomahawk, la segunda su katana, y pasaron al combate cuerpo a cuerpo.

Así, combatiendo ya los cuatro, cada uno con su respectivo filo, podían cubrirse las espaldas entre sí; pero el círculo de vikingos que les rodeaba se iba estrechando más y más. Empezaron a darse cuenta de que era imposible que ganaran aquella batalla. Las lanzas, hachas y mazas de sus enemigos se cernían sobre ellos, cada vez más cerca.

Elric aún aferraba el Espejo de los Tiempos con una mano, mientras con la otra blandía a Tormentosa cortando aquí y allá –o, más bien, sujetaba a Tormentosa mientras ella cortaba-. No tenía intención de morir luchando una batalla absurda en un mundo que ni siquiera era el suyo. ¿Tantos mundos visitados, para acabar muriendo en uno cualquiera?

Y al fin y al cabo, ¿qué hacía allí?, pensó, en mitad del fragor de la batalla. Recordó la voz que había oído a través del casco: “Nuestros enemigos tienen el Espejo de los Tiempos, una valiosa reliquia que no puede quedar en sus manos”. Entonces, tomó una decisión.

Winnetou hundía su tomahawk en el cráneo de un vkingo, pero tuvo que soltarlo para esquivar una lanza, quedando desarmado. Gozen, cortando con su katana, fue derribada al sufrir un mazazo en su armadura. Thatch estaba totalmente acorralado, ya sin munición, luchando solamente con su sable.

Elric de Melniboné aprovechó el giro de su cuerpo al blandir su espada, y lanzó el Espejo de los Tiempos por los aires con todas sus fuerzas. La batalla casi pareció detenerse conforme la preciada reliquia surcaba el aire en dirección al cráter. Cayó contra una roca que sobresalía en la ladera interna del volcán; vidrio y marco se rompieron en pedazos al momento.

Al momento siguiente, Elric, Winnetou, Gozen y Barbanegra flotaban en el vacío. Ni siquiera habían notado nada: de un momento a otro, habían desaparecido de donde estaban y habían aparecido allí; algún dispositivo de sus cascos era el responsable, con toda probabilidad.

-No habéis logrado el resultado óptimo que habría supuesto traer el Espejo de los Tiempos-dijo nuevamente la voz que les había dado instrucciones-. Pero habéis evitado el mal mayor al destruirlo. Es un resultado… aceptable.

-¿Y ahora qué?-inquirió Thatch.

-Ahora, volveréis cada uno a vuestro mundo. Los recuerdos más concretos de esta lucha podrían desvanecerse; tal vez, con el tiempo, sólo recordéis vagamente algunas cosas y las confundáis con un sueño. Gracias, Campeones Eternos.

-¡Espera!-dijo Elric, notando que todo a su alrededor se empezaba a desvanecer, no bruscamente, como antes, sino poco a poco, como despertando de un sueño persistente. Ya casi no podía ver a sus tres compañeros-¿Para quién hemos luchado? ¿Hemos luchado para el Orden, o para el Caos?

-Para el Equilibrio, Elric de Melniboné-respondió la voz-. Para el Equilibrio.


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