Este relato no es especialmente original, porque el mundo está lleno de críticas al machismo de los cuentos Disney, pero he intentado darle un enfoque distinto.
Cenicienta vivía en una pequeña casita con sus dos hermanastras y su madrastra.
Sus hermanastras estaban muy
mimadas y su madrastra le cargaba todo el trabajo a ella. Cenicienta se pasaba
el día barriendo, fregando y ocupándose de todas las tareas domésticas, así que
a menudo le gritaba a su madrastra que era una puta fascista y se escapa con
sus colegas a fumar porros y a hacer botellón, pero después siempre tenía que
volver, ya que el mundo era muy duro y no tenía a dónde ir.
Un día, el príncipe del reino
organizó un gran baile para escoger una princesa, y todo el mundo estaba
invitado a ir (siempre y cuando contara con la vestimenta adecuada,
obviamente). Las hermanastras de Cenicienta, que eran unas zorras
pseudoburguesas, se las arreglaron para conseguir dinero para comprar bonitos
vestidos y zapatos.
Sin embargo, Cenicienta no podía
ir de ninguna forma. Vamos, igual hubiera podido ir de haber aparecido un Hada
Madrina que hiciera conjuros, pero esas gilipolleces no existen en la vida
real, así que nada.
La pobre Cenicienta se quedó en
casa, y a medianoche se fugó. Fue al palacio donde se celebraba el baile y,
cuando todos estaban lo bastante borrachos y enfarlopados, roció las cortinas
por fuera con gasolina y lo prendió fuego con toda la familia real y aquellas
zorras machistas dentro.
Primero, porque Cenicienta no
entendía que el poder del reino se transmitiese por vía vaginal, sin más
méritos que haber nacido de un coño determinado. Segundo, porque era machista e
insultante obligar a las mujeres a competir entre sí por alcanzar fama y
riqueza, a cambio de comerle la polla al príncipe todas las noches. Tercero,
porque le salió de los ovarios.
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