miércoles, 20 de marzo de 2019

Los dentistas ilegales

Escribí este artículo hace unos años para un medio, pero no llegó a ver la luz. Parece buen momento para que lo haga.


Ya que he tenido la ocasión de ver la situación más o menos de cerca, creo que es interesante hablar un poco sobre los dentistas ilegales. Es decir: cuando vas a casa de alguien sin título homologado y te hace un trabajo de dentista considerablemente más barato y muy ilegal. No tiene pérdida.

Es difícil saber cómo publicitan su trabajo. Igual que con los taxistas ilegales, que son casos algo más conocidos, se sabe principalmente por el boca a boca. Alguien te lo recomienda y vas. Hablo con una mujer que le está recomendando un dentista ilegal a otra. "Vete con alguien, claro", dice. Primer consejo y el más lógico: no es sólo que vayas a ir a casa de un completo desconocido, es que de hecho, vas a ir a casa de un completo desconocido que te va a anestesiar. No es buena idea ir sin alguien de confianza que supervise la operación y, en esta sociedad, mucho más si es el caso de una mujer.


Días después, vuelvo a ver a la mujer que ha ido al dentista y la cosa ha salido bien. La mayoría de casos conocidos han salido bien. Es curioso, porque ante la perspectiva de que alguien realizando prácticas clandestinas, tan baratas, es fácil desconfiar no ya de su honradez, sino también de su habilidad o de la calidad de los instrumentos que utiliza. Parece que, en trabajos de este tipo, se cuela la mano invisible a la que adoraba Adam Smith, y actúan sólo las leyes de oferta y demanda: al igual que un camello probablemente venderá droga en lugar de vender polvos de talco o cualquier otro engaño similar, un dentista ilegal realizará bien las operaciones. ¿Por qué? Porque con el boca a boca también se sabe si es de fiar o no, y si no es de fiar, perdería clientes. Ésa es la única garantía que hay a la hora de visitar a un dentista ilegal; personalmente, preferiría un seguro médico que cubra los daños que me puede causar si hace algo mal, pero entiendo que es lo que hay.

La ética de esta profesión entra en el mismo debate que su propia existencia: ¿por qué hay dentistas ilegales? ¿Por qué hay gente que acude a ellos? La respuesta es la más obvia, claro: en España, hay pobreza, y no todo el mundo puede permitirse ir a un dentista.

En España hay un sistema de Sanidad pública que últimamente está sufriendo mucho, pero sigue siendo mejor que el de muchos países. Principalmente, hay unos cuantos puntos de salud bucodental que están cubiertos por la Sanidad pública: éstos son casi cualquier tipo de atención a niños y adolescentes de hasta 15 años, así como a mujeres embarazadas; y tratamiento de procesos agudos, entendiendo como tales, principalmente, los infecciosos (algún tipo de infección por lesión, tumores o enfermedades como la gingivitis).

Efectivamente, esto implica que la Sanidad pública cubre una cantidad muy reducida de problemas. A partir de los 15 años y si no eres una mujer embarazada, cualquier caries, cualquier diente roto, cualquier reemplazo... va a costar dinero, mucho dinero.

En un principio, esto ya nos da a entender que una persona en situación de pobreza va a tener serios problemas para reparar la clase de problemas bucodentales que todo el mundo tendrá a lo largo de su vida. Pero la cosa no acaba ahí; porque resulta que, además, una persona en situación de pobreza muy probablemente va a tener problemas bucodentales derivados de esta condición. La falta de nutrición, la falta de calcio o incluso el consumo de determinadas drogas que causan daño a la dentadura -y digo esto último basándome en estadísticas, sin intención de estigmatizar a personas en situación de pobreza; obviamente no pretendo decir que todas las personas que sufren pobreza consuman estas drogas- son factores que a menudo vienen de la mano. Una persona en situación de pobreza no sólo tendrá más problemas para pagar un dentista, sino que tendrá más motivos para necesitar uno.

No tenía en mente a las dos mujeres de las que he hablado antes cuando, por casualidad, hablo con otra persona en situación de pobreza, esta vez un hombre de unos 50 años. Me cuenta que por fin podrá cambiar de dentadura: él no ha querido recurrir a un dentista ilegal, sino que ha seguido el procedimiento habitual. La dentadura cuesta más de 1000 €. Para reunirlos, ha tenido que combinar todo el dinero que tenía ahorrado con una AES (Ayuda de Emergencia Social) solicitada a finales de año y otra AES solicitada a principios del siguiente año. Entre las tres cosas, lo ha conseguido.

Las ayudas de emergencia social, por cierto, son un tipo de ayuda que ofrece el Gobierno Vasco. En otras comunidades autónomas existen ayudas similares (es decir, una ayuda que sólo puede ser anual, no mensual, pero que ofrece más dinero que las ayudas habituales para una situación puntual que debe ser justificada, como en este caso la adquisición de una dentadura). En otras directamente no, no existe nada parecido.

Fuera de los recursos públicos no hay mucho más donde escoger. Existen algunas ONGs que trabajan en este área (cito, por dar un nombre conocido, Odontología Solidaria). Ni que decir tiene que, por muy buena voluntad que pongan, es un problema que les desborda. La cantidad de gente que no puede permitirse tratamiento dental supera con creces las plazas de cualquier ONG y el trabajo de los voluntarios. Pueden ayudar a cierta cantidad de gente, cosa siempre loable, pero seguirá habiendo colas interminables de más gente que necesite ayuda, y algunos no pueden esperar más.

Por eso existen estos dentistas ilegales, y por eso son necesarios: un parche necesario, pero también insuficiente, de todos modos. Una profesión que florece en un sistema en el que mantener tu salud (bucodental, en este caso) es un privilegio que cuesta mucho dinero.

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