Aquí empieza una saga de fantasía heroica a manos de Miguel Lo Blan y mías, que esperamos que se alargue por mucho. A ver cómo sale.
El
sol, alzándose lentamente a lo largo de la mañana, empezaba a calentar las
tierras de Ahrshaim. Apenas unas pocas nubes surcaban el cielo.
Por
el camino polvoriento, un hombre avanzaba fatigosamente, montado encima de un
pequeño burro gris que cargaba también con una buena cantidad de equipaje. El
viajero tenía algo menos de treinta años. Era alto y fornido, con músculos bien
definidos en un cuerpo, sin embargo, más bien delgado. Tenía el cabello largo y
rubio, sucio, recogido en una trenza, y una barba descuidada. Sus ojos eran
verdes, si bien en el derecho el iris estaba desprendido, una marca de
nacimiento que se asemejaba a una serpiente mordiendo su propia cola en torno a
la pupila.
El
viajero vestía ropa sencilla y desgastada por el uso: unos pantalones de lana
sujetos con un sencillo cinturón, unos zapatos de una sola pieza de cuero
anudados en torno a los tobillos y una camisa de color azul –o que, al menos,
en algún momento había tenido ese color antes de cubrirse de polvo y barro-,
sin mangas, que dejaba ver sus brazos desnudos en los que se apreciaban algunos
tatuajes.
De
su cinto colgaba un hacha no muy grande, al costado derecho, lista para ser
usada rápidamente. Si algún bandido se hubiera planteado atacarle, tal vez se
lo habría pensado mejor y hubiera ido en busca de una presa más fácil, al ver
no sólo ese hacha sino también un pesado martillo que colgaba de una de las
correas del burro, asomando bajo una gruesa piel que probablemente hacía las
veces de capa y de manta y que el viajero, a falta de unas horas para el
mediodía, no necesitaba en aquel momento.
—¿Qué
llevas ahí, viajero? ¿Vienes a inscribirte en el torneo?—le dijo uno de los
guardias.
—Oh,
no, cuesta demasiado limpiar la sangre después—bromeó el viajero—. Sólo soy un
comerciante. Mi nombre es Hakon y esperaba poder vender algunas baratijas.
Uno
de los guardias se acercó a revisar el equipaje y comprobar si decía la verdad.
La entrada al gran recinto era libre, pero desconfiaban de quienes portasen
armas: las familias más poderosas de todos los reinos iban a reunirse allí y,
aunque estarían fuertemente protegidas en todo momento, tampoco era cuestión de
ponérselo fácil a un posible asesino. El guardia ojeó las diversas alforjas:
Hakon llevaba sobre todo broches para ropa, tanto para hombres como para
mujeres, además de algunas dagas, unos vasos de cerámica bien envueltos para
protegerlos, unos pocos brazaletes de metal barato y algunas piezas de cuero.
—Bien.
Tendrás que pagar tres monedas a alguno de los encargados y te dará el permiso
para vender dentro del recinto. Puedes pasar.
Hakon
asintió y azuzó a su burro. Al pasar, no pudo evitar oír que uno de los guardias le comentaba a otro,
susurrando pero sin molestarse mucho en no ser oído:
—¿Te
has fijado en su ojo de serpiente? Eso da mal fario. Seguro que luego hay
problemas.
El
recinto, situado cerca de Gottegod, la capital de Ahrshaim, era un hervidero de
actividad: algunos comerciantes ya se habían asentado, y la gente acudía a
comprar y vender a sus puestos. Otros iban de un lado para otro, buscando donde
dejar su montura o a un encargado a quien pagar por el permiso para comerciar.
A su vez, muchas otras personas buscaban dónde inscribirse en el torneo,
guerreros en su mayoría, pero no todos: aquel torneo iba a durar varios días y,
aunque los combates eran el plato fuerte, también había pruebas de carreras, de
lanzamiento de hachas o de arco y flechas… pruebas en las que muchos cazadores,
pescadores o granjeros curtidos en sus respectivos trabajos también veían una
oportunidad de llevarse algún premio. La gran mayoría eran humanos, pero
también cierta cantidad de elfos paseaba por el recinto.
Hakon
llevó el burro al abrevadero correspondiente y después buscó a uno de los
encargados para conseguir su permiso; durante este recorrido no vio ningún
rostro conocido, a pesar de que a lo largo de sus viajes había conocido a gran
cantidad de personas de todo tipo. Estaba seguro, por ejemplo, de que su viejo
amigo Herleifr, que ahora se dedicaba a cazar, no habría perdido la oportunidad
de acudir al torneo a vender algunas buenas piezas.
Ojeando
los puestos, decidió ponerse en algún lugar lo más alejado posible de la
competencia directa para poder vender más. Se situó, pues, entre un zapatero
que andaba moldeando el cuero allí mismo y un druida que vendía algunas
pociones… probablemente ineficaces, la mayoría. Hakon era un hombre muy poco
supersticioso, y sabía muy bien que algunas plantas recogidas por quienes
sabían identificarlas podían embriagar a un hombre, dormirle o hacer que
olvidara el dolor; pero, más allá de eso, no confiaba mucho en otros rumores
como pociones del amor, o druidas capaces de convertirse en animales a su
voluntad, de convocar una tormenta o de encender un fuego con sus manos
desnudas. La magia había estado perseguida durante mucho tiempo y, aunque ahora
estaba permitida en la mayoría de los nueve reinos, probablemente cualquier
hechicero mínimamente poderoso ya había sido ejecutado décadas atrás. Quizá
incluso antes. Quizá la magia ni siquiera había existido desde que los elfos se
retiraron a los bosques de Elveon.
La
mañana se desarrolló mejor de lo esperado y, pasado el mediodía, Hakon ya había
vendido lo bastante como para hacer rentable su viaje hasta allí. A partir de
ahí, el resto de ventas serían ganancias. Con esto en mente, cerró su puesto y
marchó en busca de una buena jarra de hidromiel y un pedazo de carne que
llevarse a la boca.
No
tardó en encontrar una pequeña taberna improvisada al aire libre, y allí es
donde vio los primeros rostros conocidos.
Sobre
una larga mesa, la barda Kaira cantaba sus canciones, acompañada por otros
cinco músicos que tocaban diversos instrumentos de fondo. Algunos de los
presentes disfrutaban la música, pero otros murmuraban comentarios negativos.
Hakon había conocido a este curioso grupo en el pasado: eran unos marginados,
nómadas que no creían en nada ni en nadie. Si la mayoría de los bardos componía
sus canciones sobre hazañas heroicas de nobles a quienes pretendían halagar, a
menudo Kaira y los suyos hacían exactamente lo contrario: en una ocasión, en
una taberna del sur, Hakon había oído a Kaira entonar una balada que titulaba
“que se joda el rey”. Si bien no estaba dirigida a ningún rey específico, sino
a la figura de un rey en general, lo que quizá fuera incluso peor en el
contexto de aquel torneo. Supuso que, si su amiga apreciaba su vida, no la
cantaría en aquel lugar.
Aún
así, para cuando Hakon terminó de comer, algunos de los presentes ya habían
arrojado alguna bebida contra el grupo, ofendidos por alguna de las baladas;
una jarra había hecho una pequeña herida en la frente de Zssig, el único
cíngaro del grupo, que tocaba un instrumento que él llamaba violín, y una
piedra habría alcanzado a Kaira de no haberse interpuesto Porgist, que tocaba
el bodhrán y era lo bastante grande y musculoso como para que una mirada suya
sirviera para hacer recular al hombre que iba a tirar la piedra.
El
comerciante se levantó y caminó con tranquilidad hacia el estadio, un conjunto
de gradas de madera formando un círculo casi completo. Faltaba algo más de una
hora para la ceremonia de apertura, pero las gradas estaban casi totalmente
llenas. Hakon no podía negar que aquello tenía mérito: sabía que llevaban unos
pocos años construyendo aquel estadio pensando en este evento específico, pero
había quedado una construcción realmente colosal, y jamás había visto a tantas
personas juntas.
Las
gradas estaban coronadas por nueve estandartes, uno por cada uno de los nueve
reinos, que se desplegaban hacia abajo. Bajo cada estandarte, había un palco de
honor para cada una de las familias reales. Alrededor de los palcos –y, a
menudo, también en ellos- se amontonaban guardias reales de sus respectivos
territorios, preparados para atacar ante la menor amenaza. Por todas las gradas
iban y venían esclavos, transportando comida y bebida a sus amos.
Hakon
optó por encaramarse a lo más alto de una de las gradas, que era desde donde
peor se veía y, por tanto, donde menos gente había. Permaneció allí, sin nada
que hacer, mientras el estadio continuaba llenándose: de todos modos, a esas
horas todo el mundo iría hacia allí, no tendría mucho sentido intentar vender
sus baratijas.
Para
su sorpresa, cuando estaba a punto de empezar la ceremonia, apareció Kaira,
pisando a varias pesonas para llegar hasta donde Hakon, recibiendo un buen
número de insultos y juramentos y, por supuesto, devolviéndolos todos.
—No
te esperaba por aquí.
—Ya,
bueno, lo de siempre—respondió la barda encogiéndose de hombros—. A Esbenn le
han roto la gaita y no podíamos seguir tocando, así que hemos tenido que pelear
contra el público. Cuando me he aburrido, me he escapado y he venido aquí.
Kaira
señaló un labio hinchado, todavía un poco manchado de sangre, y un moratón en
el brazo como pruebas de la veracidad de su relato.
—He
conocido a soldados que han participado en menos combates que vosotros haciendo
música—dijo Hakon—. Quiero decir, lo digo totalmente en serio.
—Sí,
bueno, es más fácil luchar por lo tuyo que por un rey, imagino. Y a ti, ¿qué
tal te va? No hemos coincidido mucho estos últimos años.
—Sigo
intentando vender cosas, ya sabes. Parecía buena oportunidad…
La
conversación se vio interrumpida por el rugido de varios cuernos. Las
conversaciones en las gradas se fueron apagando, esperando a oír las palabras
del consejero que oficiaba la ceremonia. Éste caminó hasta ponerse en mitad del
estadio y comenzó a hablar lo más alto que podía:
—Hablo
en representación del reino de Ahrshaim y de su rey, Gharald, al decir que es
un auténtico honor acoger este torneo en conmemoración de los 100 años que han
pasado desde el fin de la Gran Guerra. Tal día como hoy, hace exactamente un
siglo, era firmado el Tratado de Alfhaim con el que se puso fin a una guerra
que se extendió durante generaciones, la guerra más brutal que ha conocido Danna
desde los tiempos del Señor Oscuro. En el año 1164 después de la derrota del
Señor Oscuro, comenzó la Gran Guerra, y en el año 1218, terminó. Debemos
recordar la Historia, pues nos previene de repetir sus errores y reafirma la hermandad
de estos nueve reinos…
—¿No
te parece que los nobles tienen la necesidad de explicar cuatro veces al día
qué fue la Gran Guerra? Yo creo que se piensan que somos gilipollas—le susurró
Kaira a Hakon. Éste asintió en silencio con media sonrisa: era agradable tener
a alguien que pensara parecido con quien comentar aquel evento. Y de hecho,
pensó, Kaira también era agradable físicamente, lo que sumaba puntos.
—Cuando
el diplomático Bornthal, representante de los elfos oscuros en los territorios
humanos, fue asesinado por un grupo de terroristas enanos, encabezados por el
vil Argdar, las disputas entre elfos y enanos por el dominio de las Montañas
Cortantes se convirtieron en una guerra abierta. Los elfos acusaron a los
humanos de no haber protegido a Bornthal, mientras los enanos acusaban a los
humanos de haber cometido el asesinato. Ante estas acusaciones, los humanos se
vieron obligados a intervenir en la guerra…
—Fíjate
que habla de los humanos como si él no fuera uno—señaló Hakon—. No, si al final
va a ser verdad que este torneo busca la reconciliación de los nueve reinos y
no sólo mostrar lo grande que tiene Ahrshaim la polla…
—Sí,
es raro—coincidió Kaira—. De todas formas, viendo el resultado de la guerra,
está claro quién se benefició más de ella… no me extrañaría que los enanos
tuvieran razón y fueran los humanos los que asesinaron a Bornthal en un ataque
de falsa bandera. Además, el tal Argdar nunca confesó, ¿no?
—No.
Apareció ahorcado en su celda unos días después… un poco sospechoso sí que es.
—Y
la guerra a tres bandas se extendió durante décadas—continuó el consejero—,
hasta que, finalmente, el rey Briand de Ahrshaim recurrió a antiguas técnicas
que aseguraron la victoria…
—“Antiguas
técnicas”—repitió Kaira—. Bueno, eso es todo un eufemismo para decir que le
pidió a algún hechicero loco que convocara a una legión de draugr que se
levantaron de las tumbas, masacraron a todos los enanos y a casi todos los
elfos y desde entonces Ahrshaim y las regiones que les lamieron el culo dominan
el mundo, ¿no crees?
—Sí,
parece que han mandado a la mierda el esfuerzo por la reconciliación.
—…y
es por esto que celebramos el paso de un siglo desde el Tratado de Alfhaim.
Ésta es la primera ocasión en la que miembros de las nueve familias reales se
reúnen en un mismo recinto desde la firma de aquel tratado. Que los dioses
guíen y protejan a todos los nobles reunidos aquí hoy, a quienes debo
presentar…
—Oh,
esto va a ser muy aburrido—protestó Kaira.
—Bueno,
no tienes que aprendértelos todos… tampoco sirve para mucho—murmuró Hakon.
—Bajo
el estandarte del toro se encuentra la familia real de Ahrshaim: el rey
Gharald…—hizo una pausa para que el público ovacionara al rey. De hecho, hizo
una pausa después de cada uno de los nobles que nombró—La reina Ausla… la
princesa Ashlog… la princesa Arish…
—No
parece útil tener tantas hijas con un sistema en el que sólo los hombres pueden
heredar el trono—ironizó Kaira.
—La
princesa Shasla…
—Y
ésta se le cayó a su padre de sus brazos al nacer. Se golpeó en la cabeza y se
quedó imbécil…—apuntó Hakon, señalando hacia la pequeña figura de ropaje blanco
y moño rubio que apenas ni se veía desde allí.
—Y
el príncipe Gertolt…
—El
primer varón que les nace y tampoco parece que vaya a tener interés en
encontrar una esposa—susurró la barda.
—He
oído algunos rumores, sí.
—¿Sólo
rumores? Se le conoce como Gerta la Abierta. Todas las pollas que no quieren
sus hermanas las coge él.
—Bajo
el estandarte de la ballena—prosiguió el consejero—, nos honra con su presencia
la familia real de Nihlhaim: el príncipe Adalgert… su hijo Adalgosh…
—Sin
embargo, el rey Adalborj no ha venido—apuntó Hakon—. O está demasiado viejo
como para salir de su palacio, o le importa una mierda este torneo.
—El
príncipe Audhild… y el príncipe Halvard… Bajo el estandarte del dragón, el rey
de Vellirihaim, el rey Inge…
—Ah,
de éstos sí que he oído hablar mucho—dijo Hakon—. El rey Inge, sus padres eran
hermanos, así que él nació con todas las malformaciones físicas y mentales que
puede haber. Yo creo que le llaman Inge porque es la única palabra que sabe
decir.
—Pero
es el Rey Dragón, ¿no?
—Sí.
Desciende del supuesto héroe que mató al último dragón de los nueve reinos,
Gran Sombra, que dominaba todo el territorio…
—Y
se hizo una armadura de piel de dragón. Algo he oído.
—Eso
es. Tres armaduras, más bien, de piel de dragón, que es casi impenetrable.
Aunque con el paso de los siglos dos se
perdieron, ya sólo queda una, pero imagino que para decorar el palacio de
Vellirihaim, más que nada… este rey difícilmente va a ponérsela algún día, y si
se la pusiera, no es que le fuera a servir de mucho—prosiguió el vendedor—. Mira,
los que están alrededor… el que va camino de ser anciano es el regente Odd, ha
sido uno de los mejores luchadores de los nueve reinos, ahora seguirá siendo
muy bueno, aunque imagino que habrá empeorado por la edad. La que está al lado
es la cuidadora Freda. Ésos dos son quienes gobiernan realmente el reino. Y
mira, el capitán de la guardia real es Immir… también es muy buen luchador. Es
un sami. La realeza de Vellirihaim deja a los sami vivir en paz en el Saliente
a cambio de que algunos de ellos se unan a la guardia real y al ejército, son
excelentes guerreros. El tal Immir… dicen que comanda un escuadrón de asesinos.
Si alguien les molesta, aparece muerto.
Kaira
asintió en silencio, impresionada: no esperaba que Hakon supiese tanto de los
tejemanejes de Vellirihaim. Mientras tanto, el consejero proseguía con su
trabajo.
—Bajo
el estandarte del carnero, está la familia real de Svanhaim: el rey Alvis…
—Fíjate,
debe de tener ochenta años, pero apenas aparenta cincuenta. Está claro que
tiene sangre élfica. Bueno, Svanhaim es el reino humano más cercano a los
elfos, algo se tenía que pegar…
—La
reina Tyra… el príncipe Alf… el príncipe Arbid…
—Con
esa capucha que lleva—indicó Kaira señalándole—, parece que tiene clara su
vocación de druida, o de hechicero, o alguna mierda de ésas.
—Y
la princesa Siv…
Hakon
no le dijo nada a Kaira, pero el primer comentario que se le hubiese ocurrido
sin duda habría tenido una fuerte connotación erótica. La princesa Siv de
Svanhaim era considerada una de las mujeres más atractivas de los nueve reinos,
y no era para menos.
—Bajo
el estandarte del bosque, la familia real de Elveon…
—Esto
se pone interesante—murmuró Kaira.
—El
rey Dannadiel…
Hakon
y Kaira contemplaron al rey. Parecía estar poniendo todo su empeño en mantener
una expresión neutra, pero no debía de ser fácil: era el rey de los elfos,
expulsados de sus territorios y reunidos en un solo reino, el de Elveon; su
padre y su primera esposa habían muerto a manos de los draugr en la Gran
Guerra; era él quien había firmado el tratado de Alfhaim. Estaba allí en aquel
torneo en el que celebraban su propia derrota. El rey Dannadiel rondaría los
1200 años de edad, lo que le convertía en uno de los seres más longevos de los
nueve reinos; era frío y paciente, pero la paciencia debía de tener algún
límite.
—La
reina Rowen… y la princesa Elade…
Hakon
volvió a callar. Si la princesa Siv era una de las mujeres más atractivas, la
princesa Elade tranquilamente podría ser de las pocas que la superaran. La
mitad de los hombres quedaban embobados al verla.
—Bajo
el estandarte del águila, la familia real de Gohlerd…
—Oye,
sobre lo que hablábamos antes de la reconciliación, fíjate que están nombrando
a todos los reinos por el nombre en su idioma propio, no en la lengua norteña.
Kaira
asintió en silencio: efectivamente, los norteños conocían Elveon como Alfhaim,
o Gohlerd como Halhaim –de la misma forma que los sureños llamaban Easserd a
Ahrshaim, sin ir más lejos-. Pronunciar los nombres de otros países en élfico y
en lengua sureña, al fin y al cabo, era una forma de halagar sus sentimientos
patrióticos.
—El
rey Arlen… el príncipe Bendren… y el príncipe Brent…
—Brent
Mataosos—señaló Hakon—. La cicatriz que tiene en la cara es de haberse
enfrentado a un oso cuando tenía 12 años… y lo mató y se hizo una capa con su
piel.
—Sí,
algo había oído. Y también he oído que el rey Arlen encerró a la reina en una
torre, acusándola de locura sin motivos. Y que tiene tres o cuatro hijas que
corren el peligro de seguir el mismo camino que su madre. No parece un hombre
que sepa tratar muy bien a las mujeres.
—Bajo
el estandarte del zorro, la familia real de Medderd… el príncipe Breoghan…
—Aquí
hay otra ausencia importante. El rey Eoghan no ha venido.
—Debe
de ser por el asunto con los independentistas…
—Sí.
Medderd y Lingberd tienen cada uno problemas con sus respectivos
independentistas… bueno, Lingberd no, Lingberd más bien son ellos los
independentistas.
—Y
la princesa Alanna…
—La
cicatriz que tiene en la cara, dicen que se la hizo su propio hermano, ¿no?
—Sí.
Breoghan mató a su hermano mayor y desfiguró a su hermana… supuestamente en un
accidente. Nunca se han dado muchos detalles.
—Bajo
el estandarte del jabalí… el rey Sedrik…
—Joder,
¿quedan muchos nobles? Esto empieza a aburrir.
—La
princesa Grainne… y el príncipe Diarmuid…
—Cuentan
que es un hijo bastardo con una prostituta—dijo Hakon—. Y, sin embargo, su
padre le ha reconocido como príncipe en lugar de mandarle a la mierda como
hacen todos los reyes con sus bastardos.
—Oh,
de lo más sentimental.
—Y
bajo el estandarte de la nutria… la reina Morrighan…
Hakon
observó a la reina, una mujer pelirroja envuelta en ropa negra; estaba en el
palco con sus tres perros de caza, de los que no se había separado ni para ver
el torneo. Algunos recuerdos que prefería olvidar cruzaron su mente: la reina
Morrighan cuando aún no era reina, tiritando de miedo, unas capuchas negras,
sangre en el suelo… Sacudió la cabeza y se obligó a enterrarlos otra vez.
—El
duque Drystan…—al consejero no se le escapó el detalle de que Lingberd era el
único reino en el que las mujeres podían heredar el trono, y también el único
en el que al consorte de la reina no se le llamaba rey, sino duque—Y los
príncipes Enyd y Mirdhimm…
Cuando
cesaron los aplausos, por fin terminó la presentación de nobles.
—Reunidos
todos aquí, y en memoria de aquellos que cayeron luchando con valentía en la
Gran Guerra, declaro… ¡Que comience el torneo!
Hakon
y Kaira suspiraron aliviados. Pasada la ceremonia, el torneo comenzó con alguno
de los apetitos: primero, una competición de levantamiento de pesos, que ganó
un guerrero sureño llamado Narrmuid el Fuerte, sin duda un hombre con un apodo
acertado.
A
continuación, llegó la competición de lucha cuerpo a cuerpo. El ganador de la
competición anterior también se había inscrito en ésta, pero, agotado como
estaba, no pudo hacer gran cosa. La competición se extendió por varias horas,
cayendo ya la tarde, y el combate final fue ciertamente apasionante: el único
noble inscrito en el torneo, Brent
Mataosos, consiguió llegar a la
final contra Leif, una joven promesa de la Guardia Real de Nihlhaim, que, pese
a ser visiblemente más delgado que el noble, era extremadamente ágil y
esquivaba casi todos los golpes y agarres de su contrincante. Finalmente,
gracias a un tropiezo de Brent Mataosos, el joven Leif consiguió la victoria.
Por
fin llegó el plato fuerte: las primeras eliminatorias del torneo propiamente
dicho. Participaban algunos de los nobles que habían estado en las tribunas:
Audhild Serpiente Marina, el hijo mediano del rey Adalborj; el príncipe Alf de
Svanhaim; el príncipe Breoghan de Medderd; y el príncipe Diarmuid de Muhsserd.
Juntar a cuatro nobles tan importantes en un torneo era toda una proeza:
principalmente, porque a menudo los nobles no sentían la necesidad de
participar en torneos en los que había riesgo de morir. Según la normativa, los
combates se prolongaban hasta que uno de los combatientes quedara inconsciente
o anunciara su intención de
rendirse; el problema, claro, es que en
cualquier momento del combate es posible recibir un golpe letal y no tener ya
oportunidad de rendirse. La mayor parte de los participantes, por tanto, eran
guerreros de nombre no muy conocido, sedientos de gloria.
Un
sorteo decidió cómo se conformaban las
primeras parejas de contrincantes. La primera pareja elegida fue la de el
príncipe Alf y un guerrero sureño.
—Dicen
que Alf es muy bueno—comentó Hakon—. Al parecer, pasó su adolescencia en Elveon
y allí le enseñaron a luchar como los elfos. Domina muy bien la espada.
Efectivamente,
el combate fue muy breve –quizá incluso a un nivel decepcionante; aunque ver
moverse al príncipe Alf era todo un espectáculo-. El príncipe esquivó los dos
primeros mandobles de su contrincante; después chocaron sus espadas tres veces
y, al cuarto golpe, la espada de Alf acertó en la mano del guerrero sureño, que
inmediatamente quedó desarmado y a merced del príncipe, rindiéndose.
La
segunda pareja fue la de dos guerreros norteños, combate que concluyó con uno
atravesando el costado del otro con su espada. Se llevaron al guerrero herido y
consciente para ser atendido, con escasas posibilidades de seguir vivo a la
mañana siguiente. La tercera tuvo como protagonistas a un elfo y un guerrero
sureño que fue el primero en no usar espada, al preferir un gran hacha de dos
manos. Ganó el elfo al conseguir desarmarle.
En la cuarta, un guardia real de Vellirihaim, de etnia sami, consiguió
derrotar a un elfo; y en la quinta, un guerrero sureño derrotó a uno norteño –probablemente matándolo-.
En
la sexta y última batalla de la jornada, Audhild Serpiente Marina combatió
contra un guardia real de Gohlerd.
—Éste
también debe de ser una bestia, ¿no?—comentó Kaira.
—Parece
que tiene un largo pasado saqueando puertos, imagino que luchará bien.
Audhild
tenía el cuerpo lleno de tatuajes, alguno
reconocible –como la ballena, símbolo del reino de Nihlhaim-, pero muchos de
ellos distintos a los habituales en los nueve reinos: probablemente, tatuajes exóticos
de sus viajes. Le faltaban dos dedos de la mano izquierda, aunque prefería
luchar sin escudo. El pelo estaba echado hacia la derecha, de tal forma que
dejaba ver las cicatrices del lado izquierdo de su cabeza, afeitado.
El
sureño inició el ataque con varios mandobles que Audhild esquivó, aparentemente
sin dificultad, aunque por una distancia muy escasa. Después la Serpiente
Marina contraatacó; su adversario apenas pudo parar los golpes y tuvo que
retroceder varios pasos. Aprovechando un momento de respiro, el sureño atacó
nuevamente; pero esta vez el noble norteño, además de esquivar el golpe, le agarró del brazo de la espada,
inmovilizándolo, al tiempo que se agachaba y, con la mano derecha, soltaba su
espada –con la que no tenía margen de movimiento para atacar- y desenfundaba
una daga con la que cortaba tras la rodilla de su rival.
Al
tiempo que el guardia real caía al suelo, herido, Audhild soltó su brazo y
aprovechó para girar sobre sí mismo y recoger su espada con la otra mano. Quedó
así de pie, orgulloso, con la espada en su mano mala y la daga en la buena,
mientras que su rival, aún no estando desarmado, se encontraba en el suelo
indefenso, con la pierna derecha totalmente inutilizada. Naturalmente, se
rindió; y así terminó la primera jornada.
—Será
mejor que vaya a dormir—dijo Kaira, despidiéndose con un abrazo—. Hemos tenido
que emprender el viaje antes del amanecer para llegar a tiempo; estoy agotada.
Hakon
se despidió, ligeramente decepcionado: le hubiera gustado continuar la fiesta
con Kaira, o acostarse con ella; o, aún mejor, ambas cosas.
Encogiéndose
de hombros, se dispuso a seguir la fiesta él solo. Quizá pudiera conseguir algo
de sexo aquella noche de todas formas… aunque, por desgracia, seguro que la
mayoría de mujeres allí presentes no tenían tanta tendencia a ignorar las normas sociales como Kaira, y
probablemente estarían demasiado apegadas a ciertas ideas sobre no tener sexo
salvo en el matrimonio que Hakon consideraba desgraciadamente conservadoras.
Sin
demorarse, puesto que ya estaba anocheciendo, Hakon pagó una cerveza y comenzó
a beber. A su alrededor, los desconocidos con un deseo más fuerte de proseguir
la fiesta se agrupaban en torno a hogueras y charlaban animadamente: el
alcohol, en la mayoría de los casos, hacía desaparecer las barreras entre
norteños y sureños, e incluso entre humanos y elfos; en una pequeña cantidad de
casos, tampoco se puede negar, propiciaba peleas que los guardias se esforzaban
por resolver.
Hakon
terminó unido a un grupo de aventureros. En torno a una hoguera, hablaban de
épicos viajes y enfrentamientos que ellos mismos habían protagonizado o que
alguien les había contado… o, a veces,
que les había contado alguien a quien a su vez se lo había contado otro alguien.
Contaron historias de pescadores enamorados de una sirena, de escaramuzas
luchando contra trolls y de viajes hacia el lejano sur, donde se acaban los
nueve reinos y se extiende un gigantesco desierto del que nadie ha visto el
fin.
Animándose
al escuchar la temática del grupo, un hombre camino de los treinta años decidió
unirse, presentándose ante el grupo.
—Me
llamo Niels—dijo—, y soy un guerrero errante. Sobrevivo buscando fortuna aquí y
allí, luchando por causas justas allá donde las encuentre, y por los dioses que
sé bien de lo que habláis.
Entre
risas y gritos de júbilo, el grupo
brindó por su presencia y le ofreció un cuerno de hidromiel.
—En
el desierto estuve una vez—comenzó—, al perseguir a través de las montañas a
una banda de ladrones que había robado unas reliquias muy preciadas para la
familia real de Muhsserd…
Niels
era un hombre de estatura media, no demasiado musculoso; ojos claros, pelo
rubio que, pese a su edad, tiraba a blanquecino, recogido en una coleta, y
barba bien recortada. Vestía ropas de cuero desgastadas por el paso del tiempo
y llevaba, eso sí, una espada en el
cinturón. Su cuerpo parecía lleno de tatuajes, a juzgar por las partes
visibles -brazos y cuello-, que
conmemoraban algunas de sus aventuras. Mientras iba contando sus historias, se
señalaba aquí y allí, el tatuaje de arañas gigantes en su brazo derecho por
haber luchado contra ellas en el desierto, o una gaviota en el cuello por
aquella ocasión en la que, tras haber luchado contra tritones, se encontraba
perdido y desorientado en el mar y una gaviota le sirvió como guía para
regresar a tierra firme.
A Hakon
pronto le quedó claro que Niels tenía un extraordinario talento para conseguir
que la gente que escuchaba sus historias le invitara, especialmente a bebida
–aunque también a un muslo de pollo cocinado en la propia hoguera-. También que
sus historias, o al menos la inmensa
mayoría de ellas, eran puras invenciones difíciles de sostener.
—De
modo que estaba buscando este tesoro en una antigua ciudad subterránea enana—proseguía
Niels—, ¿habéis estado en alguna? Son fascinantes, esos cabrones realmente
sabían construir antes de que murieran en la Gran Guerra. Bueno, casi todos, al
menos, porque una vez conocí a uno… pero
ésa es otra historia. De modo que estaba en la ciudad subterránea enana, giro
por un pasillo y una llamarada, como una tormenta de fuego, os lo aseguro por
los dioses, avanza hacia mí. Apenas si tuve tiempo de saltar y ponerme a
cubierto tras unas rocas. Me asomo un poco, y, ¿qué encuentro ante mí? ¡Un
dragón!
—Eso
es mentira—proclamó entonces otro de los hombres del grupo, un tipo con cabeza
rapada y barba oscura que estaba allí desde antes de que llegara Hakon.
Niels
titubeó. Sabía que había contado una mentira demasiado grande, pero ya no le
quedaba más remedio que sostenerla.
—Bueno,
amigo… tuve que matar a ese dragón, y
después me lo tatué en el pecho. Es mi tatuaje estrella, ¿sabes?
—Los
dragones se extinguieron hace muchos siglos. Nadie jamás ha visto a uno, ni los elfos más viejos. Es imposible que
nadie combatiera contra un dragón, y
mucho menos que un patán como tú lo matara.
—Bueno…
era un dragón pequeño…
El
hombre se puso en pie, con su enfado aumentando.
—¡Vienes
aquí y nos cuentas un puñado de inventos y majaderías cuando sólo eres un
patético inútil embustero! ¿Te atreves a mentirme a la cara? ¿Me tomas por un
estúpido, joder? ¡Debería matarte aquí mismo!
El
escéptico hizo un amago de llevarse la mano a la empuñadura de su espada, pero Hakon, sentado a su lado, le detuvo
aferrando su muñeca.
—Controla
tu ánimo, amigo—le dijo—. El tipo es un embustero, pero no estaba haciendo daño
a nadie, ¿no? No puedes matar a un
hombre porque no te gusten sus historias. Es la cerveza la que habla por ti.
—¡No
te atrevas a tocarme, sucio vagabundo!—rugió el hombre, abofeteando a Hakon con
la otra mano.
El
vendedor de baratijas no dudó ni un segundo, y tiró fuertemente del brazo que
ya estaba sujetando para tirar al hombre al suelo. Vio de refilón que Niels y
los otros hombres dudaban, sin saber bien qué decir o si intervenir en la
pelea. Los dos se empezaron a incorporar al tiempo que su rival hacía
nuevamente amago de sacar la espada, pero Hakon le golpeó fuertemente en la
boca del estómago y le hizo doblarse sobre sí mismo. Sin darle tiempo a
recuperarse, le dio un rápido puñetazo en la cara, partiéndole el labio y
tirándole nuevamente al suelo.
—¡Eh!
¿Qué ocurre aquí?
Dos
guardias con el dibujo del toro sobre una pieza de lino llegaron corriendo.
—Una
pelea amistosa…—empezó Hakon.
—¡Guardias!
¡Arrestadle!—le interrumpió el otro hombre desde el suelo, tratando de
incorporarse mientras la sangre corría por su barbilla—¡Este vagabundo se ha
atrevido a agredirme a mí, a un noble de Ahrshaim!
Hakon
se giró, sorprendido. ¿Noble? ¿Quién demonios era aquel tipo?
—Está
bien—dijo uno de los guardias—, señor…
eh…
—¡Soy
Bersi, sobrino de carne del rey Brentonn! ¡Arrestadle!
Hakon
maldijo por lo bajo. Era evidente que ni los guardias le conocían; normal que
no estuviera en el palco real. Ni siquiera era sobrino del actual rey Gharald,
sino de su padre, Brentonn, el anterior rey. Debía de ser, a juzgar por su edad
–tampoco pasaría de los treinta años-, uno de los hijos pequeños del hermano
pequeño del rey anterior. No estaba ni entre los diez primeros puestos de la
línea sucesoria.
Uno
de los guardias golpeó a Hakon en la cabeza con el mango de su lanza.
Semiinconsciente, notó cómo se lo llevaban a rastras, mientras Bersi se
levantaba. Niels había aprovechado la
confusión para esfumarse.
***
Hakon
despertó dolorido a la mañana siguiente encadenado en una especie de calabozo
improvisado bajo las gradas de madera. Probablemente no le dolería tanto la
cabeza si le hubieran dejado tomar al menos un trago de agua para aliviar la
resaca, pero no le concedieron ese lujo.
A su
alrededor había cerca de una docena de hombres; por meterse en peleas, la
mayoría, así como un ladronzuelo que había intentado robar los caballos de
algunos viajeros al azar y un violador.
Desde
allí abajo se oía el transcurso del torneo. Durante la mañana fue la
competición de tiro con arco.
Algo
después del mediodía, un guardia pasó y entregó un mendrugo de pan a cada
prisionero. Hakon lo comió como pudo, con la boca totalmente seca.
A la
tarde continuaron las eliminatorias del torneo principal. Hakon se enteró de
que el príncipe Breoghan había derrotado a un elfo, de que el príncipe Diarmuid
perdió ante un guardia real de Nihlhaim especialmente talentoso y de que la
mayoría del público apostaba por el príncipe Alf o por Audhild Serpiente Marina
como ganadores.
A la
noche, por fin, otro guardia repartió pescado seco, otro mendrugo de pan, esta
vez untado con queso, y algo de leche a los prisioneros; en ínfimas cantidades,
eso sí. Poco después, algunos prisioneros fueron liberados: Hakon se enteró de
que estaban dispuestos en orden por la gravedad de sus delitos. Los que habían
cometido delitos más leves eran apresados por un día; otros, hasta el fin del
torneo; después estaban los casos no muy claros que serían juzgados cuando
terminara el torneo; más allá, los condenados a esclavitud; y, por último, los
condenados a muerte. Hakon estaba entre estos últimos. Parece ser que Bersi
había movido hilos.
La
noche fue incómoda y no durmió mucho. A la mañana siguiente, entraron
nuevamente varios guardias, esta vez acompañados. Hakon observó con sorpresa
que se trataba de la familia real de Nihlhaim:
los príncipes Adalgert, Audhild Serpiente Marina, Halvard y el hijo de
Adalgert, Adalgosh.
—Éstos
son los prisioneros. Éste no sabemos bien qué ha hecho, será juzgado; éstos
están hasta que acabe el torneo, éstos condenados a esclavitud y estos dos a
muerte.
Los
nobles mantenían actitudes dispares: Adalgert y Audhild Serpiente Marina
parecían escudriñar todo lo que les rodeaba como estando acostumbrados a ello;
Adalgosh parecía más bien estar haciendo un esfuerzo activo por asimilar todos
los datos posibles y terminar siendo tan inteligente y observador como su padre
y su tío; mientras que Halvard, distraído, mostraba una expresión de
aburrimiento y desdén, como dejando translucir que aquella chusma era tan
insignificante que no quería ni mirarles.
—Si
me siguen por aquí, verán…—dijo uno de los guardias, dispuesto a continuar
enseñando las instalaciones.
—Un
momento—le interrumpió el príncipe Adalgert, y el guardia se calló
inmediatamente.
El
príncipe caminó hacia Hakon con mirada curiosa. Se agachó junto a él y señaló
uno de sus tatuajes.
—He
visto ese tatuaje antes.
Hakon
le miró, extrañado de que un príncipe se dignara a hablarle. El tatuaje que
señalaba eran dos hachas cruzadas en su antebrazo derecho.
—Has
luchado en un ejército norteño, ¿no es cierto?—insistió el príncipe.
—Sí,
así es—contestó Hakon con voz ronca por la deshidratación—. Hace tiempo. Lo
dejé, no era lo mío.
—Y
participaste en la campaña de Inhvhaim, ¿no es así? En el año 1308. Debías de
ser joven.
—Eh,
bueno…
—Yo
también estuve en esa campaña. Creo que podríamos compartir ciertas historias
sobre lo que pasó realmente allí.
El
príncipe Adalgert se giró hacia el guardia.
—¿Sería
posible liberar a este prisionero?
—Bueno…—titubeó
el guardia—En realidad, no ha habido juicio, así que tampoco hay una condena
firme… se peleó con Bersi, un noble
local, uno de los sobrinos del rey Brentonn, creo. Si la familia real como tal
no se ha pronunciado, tal vez podría ser liberado cuando termine el torneo,
pero sería necesaria alguna razón…
—Si
es un guerrero, que luche—propuso la Serpiente Marina—. Anoche, un sureño
borracho que estaba inscrito en el torneo se cayó desde las gradas. Se rompió
un brazo y una pierna. Estaban valorando si buscar un sustituto o que su rival
pase la eliminatoria directamente… si realmente quieres liberarle, hermano,
podrían sustituirle por este hombre.
—Parece
buena idea—asintió Adalgert—. ¿Cuál es tu nombre, prisionero?
—Soy
Hakon.
—Bien,
Hakon. Combatirás en el torneo. Si pierdes contra tu primer rival, difícilmente
podríamos justificar que te hayamos liberado para combatir, así que te
devolveré aquí para que seas ejecutado. Si consigues derrotar al menos a tu
primer rival, te sacaré de aquí, pero jurarás combatir para mí hasta el día de
mi muerte... o de la tuya. ¿Trato hecho?
El
vendedor de baratijas se encogió de hombros. No le agradaba en absoluto volver
a luchar en un ejército norteño, y menos sin la posibilidad de retirarse cuando
él quisiera, pero tampoco estaba en condiciones de negociar. Desde luego, era
mejor eso que la ejecución.
—Trato
hecho—dijo.
—Por
lo menos tendrá mucha rabia dentro, seguro que con ese ojo ha tenido una
infancia de mierda. Pero te aviso, hermano—puntualizó el príncipe Audhild—, que
si combate contra mí no llegará a luchar para ti.
***
—¿Hakon?
—Soy
yo.
Uno
de los organizadores se acercó a él.
—Serás
el tercero en combatir esta tarde. Tu rival será Daven Colmillo de Lobo. ¿Dónde
está tu espada?
—No
tengo espada. No he heredado ninguna ni tampoco he tenido nunca dinero para
comprarla—repuso Hakon—. Pero tengo un martillo y un hacha en mi puesto de
baratijas.
Los
organizadores presentes se miraron entre sí, adoptando una mueca que era mezcla de incredulidad y lástima.
—Que
alguien traiga a este hombre sus armas… y que los dioses repartan suerte.
Un
rato después, Hakon sopesaba sus armas, caminando hacia la arena. Al salir, la
visión de tantas miradas sobre él desde las gradas le impactó brevemente; nunca
se había visto en una situación así. Sin embargo, sí que tenía cierta costumbre
de que la aprobación o desaprobación de la gente no le afectara mucho, así que
aquello era lo mismo pero a mayor escala, pensó.
Las
voces en las gradas se convertían en un murmullo sordo, como un zumbido de
fondo. Hakon se centró en su rival, que entraba a su vez a la arena. Le
anunciaron como Daven Colmillo de Lobo.
Era
un hombre joven, de estatura media, en buena forma física. Llevaba el pelo
recogido en una trenza, y la barba muy corta. Vestía ropas de cuero muy gruesas,
con algunos detalles de metal en hebillas y en broches que le hicieron pensar a
Hakon que provenía de una familia razonablemente adinerada. Portaba también un
pequeño escudo de madera robusta en el brazo izquierdo, con símbolos tallados.
Desenfundó la espada sin quitarle la mirada de encima a Hakon.
—¿No
luchas con espada, guerrero?—le preguntó intrigado.
—No—Hakon
repitió la explicación dada a los organizadores—. No heredé ninguna, tampoco he
tenido dinero para comprar una.
—No
eres un guerrero. No deberías estar aquí. Ríndete y no te haré daño.
—Hoy
no vas a tener suerte—contestó simplemente.
El
combate comenzó. Daven atacó con gracia y rapidez; pero Hakon esquivó los dos
primeros tajos y, en el tercero, espada y martillo se entrechocaron con un fuerte
ruido.
—Esta
lucha no tiene sentido. Si no eres un guerrero, ¿qué haces aquí? Sólo
conseguirás hacerte daño. ¿Sabes quién soy? ¿Conoces la espada que empuño?
—Preferiría
que no me la presentaras muy de cerca, la verdad. No es mi tipo—bromeó Hakon.
—Esta
espada ha pasado de padre a hijo durante generaciones. Soy descendiente directo
de Hofrl, el héroe de la Batalla de Dos Cascadas en la Gran Guerra; él defendió Ahrshaim con esta espada.
Los
dos contrincantes daban vueltas en círculo, estudiándose, preparándose para
atacar otra vez.
—Eso
está muy bien, pero nunca me han interesado mucho las tradiciones y las
gloriosas batallas del pasado, y eso. Vale, eres el bisnieto de un capullo
peligroso que peleaba bien, ¿y qué?
—Te
he ofrecido misericordia, imbécil, y la has rechazado. Tú has decidido tu
destino—repuso Daven, y atacó de nuevo.
Hakon
esquivó nuevamente otro golpe, para esta vez contraatacar él con su hacha, en
un golpe que tampoco alcanzó su blanco. Daven Colmillo de Lobo se lanzó hacia
delante, cortando de arriba abajo, y esta vez Hakon, al golpear la hoja con su
martillo, desvió la espada y dirigió el
golpe de su contrincante contra el suelo. Mientras la espada del guerrero
golpeaba el suelo, su defensa estaba descuidada, y el vendedor de baratijas
atacó con su hacha. Sólo gracias a sus excelentes reflejos pudo Daven alzar el
brazo izquierdo y cubrirse con su escudo. El golpe, al acertar en un costado
del disco de madera, lo partió, arrancando un buen trozo y dejándolo prácticamente inservible.
—Cabrón…—murmuró
el guerrero.
Hakon,
tomando ventaja, intentó varios golpes con su martillo, pero su rival los
esquivó sin muchos problemas, al ser el martillo demasiado pesado como para
blandirlo con rapidez. Daven Colmillo de Lobo intentó un corte horizontal
directo a decapitar a Hakon, pero éste se agachó y, al cruzarse con el guerrero
a su izquierda, giró sobre sí mismo, dando un golpe con el hacha a su rival que
le alcanzó en la parte trasera del costado izquierdo. El hacha rebotó contra
una de sus costillas, sin llegar a astillarla, pero cortando, naturalmente,
toda la carne hasta llegar a ella.
No
era una herida profunda pero, desde luego, sí lo bastante incómoda como para
suponer un lastre. La sangre manaba del costado de Daven Colmillo de Lobo, que
gruñó y adoptó una postura un poco más encorvada. Ya no podía permanecer
totalmente erguido sin sentir un dolor considerable.
—Mira,
tampoco pareces mal tipo del todo—dijo Hakon, encogiéndose de hombros—. Supongo que tenías buena intención al
sugerirme que me rindiera, así que ahora te lo digo yo a ti. Ríndete y ya está,
volverás a casa con sólo una cicatriz.
—¡Y
una mierda!
Sin
que Hakon entendiera muy bien por qué, su rival atacó de nuevo, con más rabia.
Al haberse confiado, el primer tajo casi le arranca la cabeza: apenas pudo
esquivarlo por una distancia mínima. Ya preparado y con Daven limitado por su
herida, el segundo fue más fácil de
esquivar.
Hakon
atacó con el martillo, de tal forma que su contrincante recibió un nuevo golpe
en el escudo, astillándolo y destrozándolo ya por completo. Daven Colmillo de
Lobo contraatacó con una patada en las costillas del vendedor ambulante, que le
hizo retroceder; y, después, volvió a atacar con la espada.
El
ataque fue, nuevamente, fácil de esquivar. Daven embistió y golpeó con la
espada más de cerca, teniendo esta vez Hakon que golpear la hoja de su espada
con el hacha para desviarla; a continuación, contraatacó con un golpe de
martillo. Daven no pudo esquivarlo; lo único que pudo hacer fue levantar el
brazo izquierdo para cubrirse el cuerpo. El martillo impactó con fuerza en su
antebrazo y notó cómo el hueso se rompía.
Doblemente
herido, con un brazo inutilizado y colgando inerte, Daven Colmillo de Lobo
retrocedió.
—En
serio, no seas gilipollas—insistió Hakon—. ¿Has escuchado el reglamento al
menos? No son combates a muerte. Puedes
rendirte, no pasa nada, sólo es un jodido torneo.
—¡No
me rendiré!—rugió Daven—¡No pienso rendirme ante un gusano que ni siquiera
tiene una espada!
Hakon
suspiró, hastiado. Así que era eso. Un pobre imbécil dispuesto a morir por
orgullo. Por creerse superior a los demás sólo porque había heredado una espada
de algún gilipollas que hace más de un siglo hizo alguna heroicidad. En su
mente, Hakon se preguntaba qué demonios podía pasar en la cabeza de aquella
gente para que esas mierdas pesaran más que su instinto de supervivencia.
El
guerrero atacó nuevamente. Hakon esquivó el primer corte, y desvió el segundo
hacia la izquierda con un certero golpe de su martillo. Con el brazo izquierdo
inutilizado y habiendo perdido el equilibrio, Daven Colmillo de Lobo quedó así
totalmente expuesto. Hakon atacó con el hacha, que se hundió en la frente de su
rival.
Daven
cayó hacia atrás, con el hacha aún incrustada en su frente, instantáneamente
muerto. El vencedor se acercó, se agachó y, pisando el pecho al muerto para
sacarla con mayor facilidad, desincrustó el hacha. Después la limpió de sangre
en las ropas del guerrero y la guardó en
su cinto.
Hakon
se volvió sin molestarse en celebrar su victoria, caminando con tranquilidad
hacia la puerta por la que había salido, entre vítores de la grada y algún que
otro insulto o queja.
—Un
gran combate—le felicitó uno de los organizadores—. Eres bueno desviando los
golpes, sobre todo el que has desviado con el hacha. Ahí pensaba que no serías
capaz de acertar justo en la hoja y que te rebanaría la mano de cuajo, pero
tienes buena puntería. Quién iba a pensar que sin tener una espada…
—Posiblemente
en la próxima ronda te toque contra algún príncipe—añadió otro—. Joder, hay que
ver. Has salido de la nada y ya estás en la segunda ronda del torneo más
importante que ha habido en siglos. Si sigues así…
—No
habrá próxima ronda—le cortó Hakon—. Me retiro del torneo.
—¿Qué?
El
otro organizador se acercó, estupefacto, escudriñando a Hakon de pies a cabeza.
—¿Estás
herido? Creía que no había llegado a rozarte más que con esa patada…
—No
estoy herido, no necesito pelear más. El príncipe me dijo que me quitarían la
sentencia de muerte si derrotaba a mi primer rival, ¿no? Pues ya está,
derrotado. No tengo motivos para seguir.
—Pero…
¿estás loco?—le increpó el primero de los organizadores.
—Es
una ocasión histórica, el torneo más importante que ha habido en siglos—insistió
el otro—. Por los dioses, es la primera vez que las nueve familias reales se
reúnen desde la Gran Guerra. Estás ante los ojos de todos los que gobiernan este mundo y de
varios miles de personas más. ¿Te das cuenta de la oportunidad que esto supone
para alcanzar honor y gloria…?
—El
honor y la gloria han sido lo que han llevado a ese idiota a morir por mi hacha—repuso
Hakon, señalando el cadáver de Daven Colmillo de Lobo que ahora se estaban
llevando otros dos organizadores para entregárselo a la familia—. El honor y la
gloria no te hacen sobrevivir. Joder, ni siquiera te dan de comer.
Los
dos hombres contemplaron estupefactos cómo Hakon se alejaba, sin poder
articular palabra.
—¡Adiós,
eh!—les dijo Hakon ante su silencio—Cabrones.
***
La
cuarta noche del torneo, Hakon recogió su puesto de baratijas y se instaló en
el campamento del ejército de Nihlhaim. Se veía obligado a luchar para el
príncipe Adalgert hasta el día de su muerte, cosa que no le hacía gracia en
absoluto; pero, al menos, estaba dispuesto a aprovechar las pocas ventajas que
eso tenía. Ya no tenía que vender baratijas para sobrevivir y podía dormir
sobre un jergón de paja, que era algo mejor que dormir a la intemperie cubierto
con su manta.
El
quinto día fue el torneo de tiro con arco, cerrando así los torneos menores que
transcurrían durante las dos primeras rondas del torneo principal y permitiendo
a la gente centrarse en él durante las jornadas que quedaban.
Hakon
estuvo buscando a Kaira y al resto de su banda, pero supo que se habían ido. Al
parecer, un hombre del púbico, borracho, hizo un comentario obsceno sobre la
flautista, Assi, y sobre, precisamente, por dónde podría meterse la flauta.
Probablemente era algo frecuente para cualquier conjunto musical, acostumbrado a
tocar en veladas festivas y animadas en las que corría demasiado alcohol;
cualquier otro grupo habría ignorado a aquel hombre y habría seguido tocando.
Sin embargo, si por algo destacaba la banda de Kaira era precisamente por no
ser como los demás grupos: Assi no dudó en aprovechar la ventaja de la altura
que le daba estar tocando sobre una mesa para patear la cara del hombre, lo que
dio origen a una multitudinaria pelea que terminó con Esbenn, el pequeño
gaitero del grupo, apuñalado en una mano, Abbien rompiendo su instrumento
musical contra la cabeza de otro hombre –por cuarta vez en la trayectoria del
grupo- y, finalmente, los seis miembros del grupo teniendo que huir
apresuradamente.
La
quinta noche, Hakon consiguió que una curtidora de cuero sureña, notablemente
impresionada por su pelea contra Daven Colmillo de Lobo, accediera de buena
gana a masturbarle mientras él le tocaba los pechos; no obstante, insistió en
conservar su himen intacto. Hakon, de todos modos, quedó bastante satisfecho.
El
sexto día fue considerablemente lluvioso, lo que empañó un poco la festividad y
las celebraciones en torno a las semifinales del torneo. La arena se llenó de
barro, y hubo cierta polémica porque, al parecer, hubo un guerrero norteño que
ganó de forma no muy honorable, aprovechando la ventaja que le dio que su rival
–el príncipe Breoghan de Medderd- resbalara
en el barro, para dejarle inconsciente con un golpe que casi atraviesa
su casco. Esto, a su vez, reavivó más peleas
entre norteños y sureños, dado que además Medderd era el reino más poderoso de
entre los sureños y contaba con muchos defensores.
El
séptimo día, se selló el torneo con una espectacular batalla entre Audhild
Serpiente Marina y el príncipe Alf. Al ser ambos norteños, esta vez no hubo
tanta rivalidad y fue un combate más amistoso. Audhild era rápido, fuerte y
salvaje, pero el príncipe Alf tenía una técnica impecable perfeccionada durante
años de entrenamiento. En los estilos de ambos hombres se notaban dos
vertientes de lucha muy distintas: Audhild Serpiente Marina había aprendido a
luchar a base de saquear antiguas ciudades enanas o élficas, combatiendo contra
los orcos y bandidos que anduvieran cerca para llevarse las riquezas a Nihlhaim
en el drakkar. Alf había aprendido a combatir en simulaciones y entrenamientos
en Svanheim y en Elveon, aprendiendo a combinar técnicas humanas y élficas, y
contando con una espada elfa perfectamente equilibrada: el acero élfico era
conocido por ser, la mayoría de las veces, más ligero que el humano.
Finalmente, fue el príncipe Alf el que
ganó, al herir levemente en el brazo a la Serpiente Marina y hacerle soltar la espada.
Con
el torneo ya terminado, buena parte de los asistentes regresó a sus hogares –o
, en caso de vivir lejos, emprendió el viaje de vuelta- aquella misma noche.
Los guerreros de Nihlhaim esperaron hasta el alba del octavo día. El sonido de
los cuernos despertó a Hakon, trayéndole malos recuerdos de su anterior época
como soldado: odiaba la disciplina bélica y despertar con aquel estruendo.
El
príncipe Adalgert, acompañado de su hijo Adalgosh, de Audhild Serpiente
Marina -perfectamente recuperado y,
aparentemente, muy satisfecho con haber conseguido el segundo puesto- y
Halvard, encabezaban la marcha de vuelta a Nihlhaim. Hakon azuzó a su burro,
dándose cuenta de que todos los demás guerreros tenían una montura mejor:
caballos más rápidos o más lentos, pero, al menos, caballos. Suspirando, se
unió a la columna, con el sol aún semioculto entre montañas iluminando a sus
espaldas. Tenía la certeza de que esa nueva vida como guerrero al servicio de
un príncipe se le iba a hacer muy larga.
Las aventuras de Hakon continúan aquí.
Buff menuda pintaza, vaya ganas de que haya mas, ánimo con ello!
ResponderEliminar¡Muchas gracias! El segundo debería caer en cuestión de meses, espero.
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